Diatriba por la educación (16)
Y luego, también, están los profesores que se queman en su tarea. Desde luego, una cosa es trabajar con objetos que pueden causar un cansancio físico agotador
y otra, trabajar con sujetos que pueden causar una fatiga mental, también agotadora. El trabajo con personas es tremendamente estresante; eso no lo puede negar nadie que se mueva en el ámbito de las relaciones personales múltiples y simultáneamente: desde la ventanilla donde envejece la funcionaria (en general; también hay chicos, claro) y se le va marcando un rictus avinagrado ante las más variadas acometidas de los demandantes de información o exigentes ciudadanos expertos en sus derechos aunque analfabetos en el trato educado a las personas.
O el trabajo del personal sanitario (de celadores/camareros, hasta médicos).
O los profesores, que han de trabajar con personas adultas, semiadultas, jóvenes, semijóvenes, niños, padres (no necesariamente adultos), inspectores (una especie interesante que a veces entra en la categoría de personas), etc.
No es un llanto por el profe. Ni una reivindicación. No. Es algo que he vivido de cerca en mí y en decenas de compañeros que he tenido. Y lo cuento. Un grupo de personitas con cenutrios incluidos. Éstos sin educación alguna (como corresponde a seres del reino animal homínidos sólo de aspecto), tocando los cojones hasta provocar irritación inguinal o incluso abrasión epidérmica de las partes pudendas. Y el profe, manteniendo el tipo porque le han dicho que él es el adulto, que debe dar ejemplo, que no debe perder los nervios y que, en ningún caso debe alterarse porque entonces les da la victoria. Vale: si no es propenso genéticamente a la angina de pecho, puede que acabe con úlcera si, como mínimo, no le cabe la libertad de expresión para proclamar en voz alta que no quiere ir al reino de los cielos por blasfemo.
Debe aguantar. Y debe aguantar cuando el padre del cenutrio le recuerda que es su hijo y que paga para que le eduquen. Y debe aguantar cuando ese cenutrio, por el pasillo, se pitorrea y hace gracias del profe por el mero hecho de estar ahí ¡y que no haga algo que lo ridiculice!, que entonces ya puede darse por muerto profesionalmente entre esos cenutrios.
Cuando la explosión de cólera libera la tensión acumulada por tener tanto hijoputa menudo delante, pueden ocurrir tres cosas: que se lleve por delante lo que sea varios pueblos o que caiga en una depresión de la que le costará salir si es que no queda gagá o que se torne apático, o sea, quemado. Entonces el cinismo, el negativismo y el hostigamiento a cualquiera que intente dar pasos para mejorar la situación, son las actitudes de aquel que empezó siendo profesor y quiso serlo como mejor podía y sabía.
Y la administración sigue pensando exclusivamente en los derechos de los padres a la libertad de elección de colegio para sus hijos y, sobre estos, los derechos y garantías para que no sufran el avasallamiento de las letras, del desasne y de los horrores de la educación.
Gracias, Administración.
O el trabajo del personal sanitario (de celadores/camareros, hasta médicos).
O los profesores, que han de trabajar con personas adultas, semiadultas, jóvenes, semijóvenes, niños, padres (no necesariamente adultos), inspectores (una especie interesante que a veces entra en la categoría de personas), etc.
No es un llanto por el profe. Ni una reivindicación. No. Es algo que he vivido de cerca en mí y en decenas de compañeros que he tenido. Y lo cuento. Un grupo de personitas con cenutrios incluidos. Éstos sin educación alguna (como corresponde a seres del reino animal homínidos sólo de aspecto), tocando los cojones hasta provocar irritación inguinal o incluso abrasión epidérmica de las partes pudendas. Y el profe, manteniendo el tipo porque le han dicho que él es el adulto, que debe dar ejemplo, que no debe perder los nervios y que, en ningún caso debe alterarse porque entonces les da la victoria. Vale: si no es propenso genéticamente a la angina de pecho, puede que acabe con úlcera si, como mínimo, no le cabe la libertad de expresión para proclamar en voz alta que no quiere ir al reino de los cielos por blasfemo.
Debe aguantar. Y debe aguantar cuando el padre del cenutrio le recuerda que es su hijo y que paga para que le eduquen. Y debe aguantar cuando ese cenutrio, por el pasillo, se pitorrea y hace gracias del profe por el mero hecho de estar ahí ¡y que no haga algo que lo ridiculice!, que entonces ya puede darse por muerto profesionalmente entre esos cenutrios.
Cuando la explosión de cólera libera la tensión acumulada por tener tanto hijoputa menudo delante, pueden ocurrir tres cosas: que se lleve por delante lo que sea varios pueblos o que caiga en una depresión de la que le costará salir si es que no queda gagá o que se torne apático, o sea, quemado. Entonces el cinismo, el negativismo y el hostigamiento a cualquiera que intente dar pasos para mejorar la situación, son las actitudes de aquel que empezó siendo profesor y quiso serlo como mejor podía y sabía.
Y la administración sigue pensando exclusivamente en los derechos de los padres a la libertad de elección de colegio para sus hijos y, sobre estos, los derechos y garantías para que no sufran el avasallamiento de las letras, del desasne y de los horrores de la educación.
Gracias, Administración.
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