De la felicidad (y tal)
Hace casi 250 años, unos ricos granjeros norteamericanos pusieron por escrito y como derecho de todo ser humano "la búsqueda de la felicidad". Pocos años después, en la Francia convulsa de la revolución, ese derecho se hacía descansar como obligación de la sociedad. Unos 300 años antes, en la Florencia prodigiosa de los Medici, Pico della Mirandola hacía de puente entre una felicidad debida sólo a dios y como capricho de éste, y la felicidad como una manifestación de la dignidad del ser humano. Así, la felicidad cobró una fuerza como idea que traspasa toda la acción social.
En los últimos 250 años son muchos los que se han empeñado en "cómo deberíamos" ser felices. No sólo señalaban "caminos", sino que guiaban largas o cortas marchas hacia la toma del poder. Lamentablemente, fracasaron. Y trajeron demasiada infelicidad. Visto que la religión sólo permite un adelanto de la felicidad (rictus o ilusión, todo lo más) porque ésta es diferida a la desaparición como mortal, acaso sean los filósofos los más creíbles: la felicidad es un instante.
La felicidad, como estado, es un instante. Y, por desgracia, solemos añorarla más que buscarla con ahínco. Pero ese instante, sólo para el sociópata se da en un momento de soledad: la felicidad es al lado de otro u otros. Seguramente por eso, en estas fechas de final de año y comienzo de otro (santificado por religiones paganas y también por las otras), de señal (cultural) en el círculo, las celebramos con los más cercanos, a quienes se les supone parte aliquota de la felicidad y en quienes fundamos la propia.
Así pues, busquemos ese instante deseándole permanencia en el tiempo, sabiendo que no la tendrá, que estaremos insatisfechos mientras la disfrutemos; que estaremos tristes cuando nos rehúya. Pero sigamos buscándola.
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