Para una teoría del imbécil social
Sin terminar la teoría anterior, debo apuntar (para que no se me olvide) unas notas para la teoría de la imbecilidad sociopolítica. Y es que viene a cuento ahora que hemos definido al hijoputa. Y, como en toda actuación humana hay grados (a la hora de valorarla, desde luego), punto antes de hijoputa, está el imbécil.
Nuevamente hay que fijar el término en su contenido científico, si bien ahora no en el ámbito de la psicología clínica: no estamos hablando de individuos cuyo CI (léase, claro está, cociente intelectual: su uso como coeficiente, es otra cosa y muy propia, dicho sea de paso, de imbéciles). No, no tratamos de deficiencias. Hablamos de un individuo autor de comportamientos particulares.
Y en este caso, el uso vulgar del término no se aleja demasiado del que teorizaremos. Por ejemplo. Llamamos imbécil a alguien que dice públicamente una tontería (nótese que no nos alejamos del CI mermado). Cogemos la prensa, encendemos la radio o la televisión y ¿qué leemos, oímos o vemos? Tonterías ensartadas. Ahora bien. Las hay de muy diverso tenor: las que empujan a sonreir y las que soliviantan a uno serían los extremos. Uno escucha el noticiario de Radio Nacional (el postUrdaci, claro) y puede sonreír por la candidez de quienes ahora detentan el poder; pienso en eso de alianza de civilizaciones. O escuchas la COPE y te arrepientes por no haber sacado a tiempo el permiso de armas y la licencia para matar.
Es un decir, claro está. Porque apagar La Linterna es darle una importancia que no tiene el imbécil (ir)responsable. Y aquí tenemos ya un claro ejemplo de individuo imbécil. Podría, en otras circunstancias, ascender de categoría pues calidad no le falta. Pero no pasa de imbécil. Eso sí: Sumo Pontífice de la imbecilidad ya que la imbecilidad es una religión.
Los adeptos a esta religión crecen numéricamente, pero no más que el crecimiento poblacional: la tasa de imbéciles permanece constante a lo largo de la historia. Esta ley sociológica, formulada ya hace tiempo (lamento no recordar al autor de la ley) se corrobora a poco que nos adentremos en la sociedad. Y no es necesario caer en la casuística: hágase un análisis del entorno en que nos movemos y se extrae el porcentaje (en torno a un 5%, si bien hay un 10% más en grave riesgo de verse arrastrado a la secta).
En el próximo artículo, daremos los rasgos sociopsicológicos del imbécil.
Nuevamente hay que fijar el término en su contenido científico, si bien ahora no en el ámbito de la psicología clínica: no estamos hablando de individuos cuyo CI (léase, claro está, cociente intelectual: su uso como coeficiente, es otra cosa y muy propia, dicho sea de paso, de imbéciles). No, no tratamos de deficiencias. Hablamos de un individuo autor de comportamientos particulares.
Y en este caso, el uso vulgar del término no se aleja demasiado del que teorizaremos. Por ejemplo. Llamamos imbécil a alguien que dice públicamente una tontería (nótese que no nos alejamos del CI mermado). Cogemos la prensa, encendemos la radio o la televisión y ¿qué leemos, oímos o vemos? Tonterías ensartadas. Ahora bien. Las hay de muy diverso tenor: las que empujan a sonreir y las que soliviantan a uno serían los extremos. Uno escucha el noticiario de Radio Nacional (el postUrdaci, claro) y puede sonreír por la candidez de quienes ahora detentan el poder; pienso en eso de alianza de civilizaciones. O escuchas la COPE y te arrepientes por no haber sacado a tiempo el permiso de armas y la licencia para matar.
Es un decir, claro está. Porque apagar La Linterna es darle una importancia que no tiene el imbécil (ir)responsable. Y aquí tenemos ya un claro ejemplo de individuo imbécil. Podría, en otras circunstancias, ascender de categoría pues calidad no le falta. Pero no pasa de imbécil. Eso sí: Sumo Pontífice de la imbecilidad ya que la imbecilidad es una religión.
Los adeptos a esta religión crecen numéricamente, pero no más que el crecimiento poblacional: la tasa de imbéciles permanece constante a lo largo de la historia. Esta ley sociológica, formulada ya hace tiempo (lamento no recordar al autor de la ley) se corrobora a poco que nos adentremos en la sociedad. Y no es necesario caer en la casuística: hágase un análisis del entorno en que nos movemos y se extrae el porcentaje (en torno a un 5%, si bien hay un 10% más en grave riesgo de verse arrastrado a la secta).
En el próximo artículo, daremos los rasgos sociopsicológicos del imbécil.
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