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Higinio

Lo que debemos a los muertos

El muerto al hoyo y el vivo al bollo. Se dice. Rara vez se siente si el muerto es un familiar querido. Normalmente, el consuelo viene por creer ciegamente que el difunto querido está en algún lugar esperándonos, viéndonos o, en cualquier caso, en una situación de felicidad.
Otros, los que somos ateos, tenemos el consuelo de que la vida después de la vida está sólo en el recuerdo de los que sí, de verdad, viven. Y si no hay ese recuerdo, la muerte es total. Así de sencillo.
Luego, podemos recordar al difunto por muchas razones. Buenas y malas. El difunto pudo dejarnos bienes materiales o “espirituales” que le agradecemos recordándolo. Pudo dejarnos resquemor y entonces le recordamos mal. Pero ahí se acaba todo.
Mas todo cambia cuando el difunto es una víctima. La civilización logró suplir la obligación familiar de vengar a la víctima al imponer la Justicia como medio de pago, reparación y satisfacción del daño causado a la víctima o a sus deudos.
De esa forma, la sociedad (civilizada) asume la reparación del daño o, al menos, el arbitraje para esa reparación. Y la coerción para que se repare.
Hoy, día 13 de mayo de 2005, esta reflexión me ha llegado provocada por tres noticias tomadas de la actualidad: la posible “negociación” con ETA del gobierno actual; la “sentencia” a los –como mínimo- causantes del suicidio de Jokin; y el conocimiento de que sólo un 0,1% de los españoles cobra las indemnizaciones a que tiene derecho como víctima de un delito violento.
La sociedad, a través del instrumento ¿civilizado? que es el Estado tiene la obligación (asumida en el origen de la sociedad civilizada de reparar el daño: perseguir al verdugo, juzgarle, condenarle y vigilar que cumpla su pena. Si no se hace así, el pacto civilitario queda roto. No hace falta ser hobbesiano para afirmar esto: la seguridad física es una (una importante, pero una) de las razones de la sociabilidad y que, además, está en la naturaleza (genes) del individuo; como mamífero, como primate, como humano.
La impunidad sólo prospera en una sociedad rota, en un medio “salvaje”. No basta reconocer el daño y el dolor de la víctima: el verdugo ha de pagar por ello. No es el Estado el que debe pagar porque no es la sociedad la responsable, sólo el árbitro. Una sociedad que tolera la impunidad es una sociedad de irresponsables.
Y acercar los presos a las cárceles vascas por las familias de los presos (es el argumento) no está compensado con que la tumba de las víctimas está cerca de sus deudos. No. NO y MIL VECES NO. No se puede hacer a las víctimas y a sus herederos culpables de algo para equiparar a víctimas y verdugos en el castigo. No.
Los verdugos están demasiado arropados. Bien por instituciones legítimas, pero amorales, que subvencionan, que protegen, que hasta alaban la “lucha” de los libertadores asesinos; bien por organizaciones ilegales, paralegales o hasta legales. Las víctimas lo están por un metro de tierra. No. No es lo mismo.
Y ¿qué decir de los “colaboradores ncesarios” en el suicidio de Jokin? Menores. Ya. La declaración de derechos del menor, del 89, ¡sólo da derechos, ningún deber!. Puede que como frase quede bien: el fracaso del menor es el fracaso de la sociedad. Ya está bien de darnos golpes de pecho: fracasaremos, pero hay mucho pequeño hijoputa que es consciente de ello y se aprovecha. NO. YA ESTÁ BIEN. 18 meses de libertad vigilada más dos fines de semana “aguantando” una charlita no es suficiente para borrar las tropelías que hicieron. Y, los profes ¿se van a quedar de rositas?. Ya, ya se´-por experiencia- que poco se podía hacer... porque los niños, tienen derechos pero ya ninguna obligación.

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