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Higinio

Diatriba por la educación (11)

La legislación (y quien la hace) es, efectivamente, un agente poderoso... pero no el más importante. Creo yo. La Ley “general” (la que sea) –la LOCE iba desde lo esperado para una ley de bases hasta el nivel de orden ministerial cuando regulaba los días de clase al año, por ejemplo-; los decretos reguladores (del gobierno central –los R.D.- hasta los de las diferentes administraciones autonómicas que pueden “regular en el currículo hasta el 45% de las materias e incluso el horario: o sea, las taifas educativas); y las resoluciones y demás disposiciones legales dan el marco, pero el “lienzo” lo componen otros agentes.
Las familias, por ejemplo. La Constitución recoge en el artículo 27 el sacrosanto derecho a la libertad de enseñanza. No es la “libertad de cátedra” que va en otro artículo fundamental. Es la libertad de enseñanza para las familias, la libertad de elección de centro y de crear centros. Una concesión (¡¡¡MÁS!!!) a la Iglesia a través de esa derechona que había y hay. Y a la derecha, que quería lo que casi ha conseguido: una red privada elitista (y que se paga con dinero público) frente a otra asistencial que es para lo que creen que se creó el Estado del Bienestar: la caridad institucionalizada.
Bien. Desde siempre en la familia se daba la “educación” y se pedía a otras instancias sociales más o menos formales, la “enseñanza” de destrezas y conocimientos que repercutiesen en la sociedad. Como las mujeres eran invisibles en esas sociedades (serrallos,gineceos, corralas o cocinas... da igual) no necesitaban enseñanza reglada sino “educación” (maneras y modos) y los saberes domésticos que alcanzaban también en la misma casa.
La sociedad actual, compleja y diferente a cualquier otra, ha ido derivando por múltiples razones, la “educación” a instancias no familiares. Así, la familia no da, paga por que se eduque. Sea con impuestos o con el recibo del mes. Así, el currículo debe acoger esa “educación” en materias, asignaturas o “transversalmente”. ¿Y qué? ¿Es mejor así? No.
La primera vez que mi padre me oyó un “taco fuerte” (tremendamente escatológico, desde luego) me reprendió diciendo textualmente “¿Pago para que te enseñen eso?” Claro que no; lo aprendí de él. Y mi hija de mí (y otra gente, claro; no es para estar orgulloso, desde luego). Es un ejemplo palpable de lo que se aprende en la familia. Y eso que nos veíamos poco, dado que yo estaba “interno”. También aprendí muchas otras cosas como el valor del esfuerzo y la tenacidad para conseguir algo; la honradez y honestidad en el trato con los iguales... y que iguales somos todos en una circunstancia al menos: no queremos “que nadie nos pise”; y que hay límites en el comportamiento individual acordes con la edad que no se deben traspasar porque conllevan responsabilidades que luego hay que afrontar. Desde luego, rechacé otros aspectos “educacionales”, como el machismo excesivo de la generación de mis padres, o el miedo al poder político. En esto último es cierto que los tiempos y ambientes en que me moví, ayudaron bastante.
Pero también me pongo de ejemplo aquí para mostrar que es en la familia donde se adquieren los valores “fundamentales”. Y la escuela debería ser un complemento (eso dije a la primera maestra que tuvo mi hija: que esperaba de la escuela que complementase lo que nosotros le estábamos enseñando. Ni más, ni menos). Pero ¿qué tenemos? Desorientación. Seguiré...

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