Diatriba por la educación (12)
Y aquí estamos, a punto de empezar a discutir la LOE. Acabo de leer hoy artículos en los que se quejan los directores de los centros (este es de Aixa, la asociación de directores de centros catalana) de que ya no son órgano de gobierno (no me lo creo) y de que pierden capacidad de decisión y de sanción (lo puedo creer: cosas del talante y de la pérdida de referencias de los asesores y fabricantes de la ley que abandonaron el aula hace 20 o más años: miren a Tini, a Guiopedre, et cetera).
La ley. Recuerdo: no lo es todo, sólo una parte. Y el pase foral en los centros es habitual y de alcance ilimitado. Véase el caso de los pa-qui-stan-íes, los del para qué están aquí, es decir, los Departamentos de Orientación. Bien porque no están dotados adecuadamente (a menudo ni siquiera por personal preparado) en número y espacios, bien porque esa dotación actúa sólo como funcionarios; es decir: esperan el fin de mes contando los días que faltan para las vacaciones (aquí, además de funcionarios se muestran como docentes).
Pero también de muchos colegas: los que han tirado la toalla, los que se inhiben cuando el centro está patas arriba, los que no hablan y esperan que otro lo haga, los que...
El pase foral en el aula ya es total. Y ahí todos (yo también) lo hacemos. Porque la ley, por definición es general y el caso particular está en el aula: efectivamente con el alumno hay que dialogar, y la clase debe ser participativa. Pues bien, con el (o la, seamos gilipollamente correctos: entiéndase el la cuando lo crea pertinente) que está levantándose de la silla, el que está contando su particular telenovela al de al lado, el que rumia el chicle, el que pregunta escopetando sin esperar turno, el que... mecagonsumadre, vamos a dialogar y ser tolerantes; hagámosle ver que su actitud es incorrecta y que por favor atienda. En otra ocasión puede ser que nuestro discurso (y actividad en curso de realización) es para un alumno medio del aula y encotramos que hay veinticinco niveles (o casi), incluyendo integración con Adaptación Curricular Individual y Significativa (ojo, que usted no se lo puede imaginar lo singular y significativo que es eso). Entonces, el pase foral pasa a ser pase por el forro. Y es que es pedir mucho. Se lo aseguro.
En el aula (volveré más adelante con otras páginas) pasa todo y de todo. Pero también el patio y en los pasillos. Volvamos más atrás. Al claustro y a los órganos de gobierno del centro. Los que tienen que aplicar la ley y hacerla cumplir.
Hay órganos colegiados de responsabilidad y tarea compartida, y órganos unipersonales. Como en cualquier institució democrática, claro. Pues bien. Aquí nos movemos entre dos aguas: son cargos de la Administración (sé de qué hablo: lo fui en alguna ocasión) que deben enfrentarse a la Administración (pedir un profesor es como pedir un préstamo bancario o, peor aún, que te venga un fontanero a la hora que lo necesitas), al claustro de profesores (para eso los nombra la Administración: para controlar y dirigir al personal), a los padres y a los alumnos (han de poner la cara ante las ostias que les lleguen de esas partes). Al mismo tiempo, deben representar a unos y a otros. Vamos, la esquizofrenia. No es sólo que su trabajo no va a ser valorado adecuadamente nunca, es que va a acabar optando por uno y otros y, entonces, se acabó: a apuchinar con lo que te caiga.
La ley. Recuerdo: no lo es todo, sólo una parte. Y el pase foral en los centros es habitual y de alcance ilimitado. Véase el caso de los pa-qui-stan-íes, los del para qué están aquí, es decir, los Departamentos de Orientación. Bien porque no están dotados adecuadamente (a menudo ni siquiera por personal preparado) en número y espacios, bien porque esa dotación actúa sólo como funcionarios; es decir: esperan el fin de mes contando los días que faltan para las vacaciones (aquí, además de funcionarios se muestran como docentes).
Pero también de muchos colegas: los que han tirado la toalla, los que se inhiben cuando el centro está patas arriba, los que no hablan y esperan que otro lo haga, los que...
El pase foral en el aula ya es total. Y ahí todos (yo también) lo hacemos. Porque la ley, por definición es general y el caso particular está en el aula: efectivamente con el alumno hay que dialogar, y la clase debe ser participativa. Pues bien, con el (o la, seamos gilipollamente correctos: entiéndase el la cuando lo crea pertinente) que está levantándose de la silla, el que está contando su particular telenovela al de al lado, el que rumia el chicle, el que pregunta escopetando sin esperar turno, el que... mecagonsumadre, vamos a dialogar y ser tolerantes; hagámosle ver que su actitud es incorrecta y que por favor atienda. En otra ocasión puede ser que nuestro discurso (y actividad en curso de realización) es para un alumno medio del aula y encotramos que hay veinticinco niveles (o casi), incluyendo integración con Adaptación Curricular Individual y Significativa (ojo, que usted no se lo puede imaginar lo singular y significativo que es eso). Entonces, el pase foral pasa a ser pase por el forro. Y es que es pedir mucho. Se lo aseguro.
En el aula (volveré más adelante con otras páginas) pasa todo y de todo. Pero también el patio y en los pasillos. Volvamos más atrás. Al claustro y a los órganos de gobierno del centro. Los que tienen que aplicar la ley y hacerla cumplir.
Hay órganos colegiados de responsabilidad y tarea compartida, y órganos unipersonales. Como en cualquier institució democrática, claro. Pues bien. Aquí nos movemos entre dos aguas: son cargos de la Administración (sé de qué hablo: lo fui en alguna ocasión) que deben enfrentarse a la Administración (pedir un profesor es como pedir un préstamo bancario o, peor aún, que te venga un fontanero a la hora que lo necesitas), al claustro de profesores (para eso los nombra la Administración: para controlar y dirigir al personal), a los padres y a los alumnos (han de poner la cara ante las ostias que les lleguen de esas partes). Al mismo tiempo, deben representar a unos y a otros. Vamos, la esquizofrenia. No es sólo que su trabajo no va a ser valorado adecuadamente nunca, es que va a acabar optando por uno y otros y, entonces, se acabó: a apuchinar con lo que te caiga.
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