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Higinio

Diatriba por la educación (13)

¿Y de los profesores? Venga, hablemos de los profes. Hubo un tiempo en que se decía que el maestro (entiéndase: quiero ser políticamente incorrecto pero, además, en el “giro lingüístico” lo he dado de 360º, por lo que volví al origen: el género es gramatical y el sexo... cuando se puede y dejan) debía serlo por vocación; por vocación de pasar hambre.
La Segunda República dignificó al maestro y a un tiempo empezó a haber maestras. Como el franquismo se cebó tan brutalmente en el “magisterio” hubo que rehacerlo casi desde cero. Y ahí se dejó entrar a más maestras porque, se suponía, eran más dóciles y asimilables por el régimen. Por otro lado, la separación de los niños y las niñas (por sexo, claro, no por género; bueno, y por estupidez religioso-moral) dejó hueco para que fuesen llegando buen número de “profesionales” de la enseñanza.
Cuando a finales de los cincuenta y en los sesenta el hambre ya no era tan acuciante, se convino en acabar con el analfabetismo y por eso (años 56 y siguientes) se preparó legislación para la obligatoriedad de la enseñanza hasta los 14 años, la FP, etc. Y en 1970 la Ley General de Educación, de Villar Palasí. Aparte de aquella gilipollez de aunar año escolar y año natural, la ley respondía al reto de “si tenemos menos licenciados que en el resto de Europa, vamos a tener más que en cualquier otro lugar del mundo”. Y así fue. El BUP (Bachillerato Unificado Polivalente... que de tanto valer para todo, posibilitó que, incluso, valiesen para políticos) es la gran creación. Y la EGB. Y, sobre todo, el control riguroso de la escolarización total hasta los 14 años, con aquel Graduado Escolar que, si no se alcanzaba, estaba la FP de Primer Grado para adquirirlo al tiempo de una titulación, el Técnico Auxiliar: buena parte de los chapuzas que hoy llenan el espectro laboral de este país.
Pero no es de legislación de lo que quiero hablar. No. De sus consecuencias. El fuerte crecimiento demográfico de los sesenta había que atenderlo adecuadamente y para eso aumentó el número de profesores espectacularmente. Entonces, lo de la vocación dejó de ser tal y pasó a ser, sin más, una profesión. Y no tiene nada de malo: simplemente hay que ser, realmente, profesional, no un mero currito que espera el fin de mes para cobrar o el momento de las vacaciones. Es decir, el profesional debe apostar por el trabajo bien hecho. Lo otro es ser un chapuzas en la profesión.
El aluvión llegó primero vía “interino”. Miles, decenas de miles de interinos. Su “regularización” (o sean los papeles para ser “funcionario”) llegó en diferentes oleadas: los “penenes” (Profesores No Numerarios; no sólo de la universidad, también del Bachillerato), los “maestros de taller”, etc. Y las oposiciones.
Y en las oposiciones, los hijos de la capa más baja de la burguesía desgajada del proceso modernizador del país, y, sobre todo, de las capas de trabajadores y campesinos que empujaron a sus hijos a mejorar la situación en la escala social (sé de qué hablo, créeme). Habían pasado por la Universidad (y muchos habían sacado provecho de ese paso, desde luego) y, con la licenciatura (o diplomatura) encima, querían opositar; y, si a caso, dar clase.
Sigo otro día...

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