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Higinio

Pensamiento débil

Hay dos formas extremas y políticamente “situadas” de enfrentar la realidad social. Una, que diríamos de “derechas”, se queda en el análisis de superficie y ofrece siempre una visión negativa de la realidad. Usa símiles médicos en los diagnósticos y en los pronósticos: de ahí que continuamente acuda a “síntomas”, y más que de causas, hable de “culpas” que “orgánicamente” se cargan a la sociedad o a grupos de la misma (partes constitutivas u órganos de la misma).

Ese negativismo analítico se corresponde con un “cualquier tiempo pasado fue mejor” y casa a la perfección con el conservadurismo de toda la vida. Pero el peligro de aplicar esa visión a los problemas de la sociedad está en el “tratamiento” médico de la situación. Porque se supone un estado “saludable” que se puede “prescribir” y alcanzar mediante un tratamiento técnico y profesional de los desvíos identificados. Prohibiciones, recomendaciones y, en última instancia, culpabilizar al sujeto (o grupo) de la “salud social”, aunque será el poder el que inicie en el momento que considere oportuno las “terapias” de choque, “dolorosas” pero “necesarias”: cirugía, vamos.

Otra forma, situada a la “izquierda” y también tremendamente superficial es la que se esconde detrás del “políticamente correcto”. De origen liberal (eso son los demócratas anglosajones) fue aceptado por la izquierda “divagante” (terminología del profesor G. Bueno) para sustituir al pensamiento fuerte heredero del marxismo-leninismo y quedarse en lo “progre”.

El pensamiento “políticamente correcto” nada en la superficie del lenguaje, de la apariencia del “signo” más que en el significado. Es decir: supone una relación estrecha entre el signo y el significado, de forma que si cambia aquel, por fuerza lo hará éste. Así, desterramos la palabra “negro” del lenguaje y automáticamente la discriminación empieza a borrarse. Lo mismo con ese estúpido uso del o/a o el más aún, @ para señalar el sexo (aunque se diga “género” y aquí sí sería correcto pues nos movemos en el ámbito puramente lingüístico) en el discurso.

La inanidad de este patético esfuerzo de la izquierda es patente. La derecha, moviéndose en el terreno “gerencial” y “médico” (ambos identificados: el Estado es un hospital para la sociedad) lleva más de una década batiendo sin tregua a una izquierda que está desubicada. Da igual que asuma el poder que no: no lo tiene y no tiene estrategia clara para ejercerlo. Sólo para alcanzarlo en tanto sus votantes se deban mover entre el mal y el peor.

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