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Higinio

Lengua y territorio (4)

Las gentes que “mutan” en pueblo, como individuos tienen la cualidad humana de pensar. Y en ese ejercicio toman conciencia de la realidad que les rodea. O que les presentan/venden como que les rodea (en este caso la facultad de pensar es sustituida por la de creer).
La realidad inmediata del individuo, decíamos, es un territorio, la gente y una cultura que, contra lo que se pudiese pensar, es más amplia que la representación simbólica del presente: se prolonga hacia atrás en esa memoria colectiva que llamamos Historia. Un relato fabricado en el presente que se refiere e interpreta el pasado. Lo que, por otra parte, no le resta cientificidad, sólo credibilidad cuando el relato va unido a un proyecto social no compartido ampliamente.
Asumir esa cultura, si no toda, en gran parte (descontemos, claro está, la aportación generacional que no se corresponde con la propia generación del individuo) es formar parte del colectivo. Pero el colectivo exige más: que se defienda esa cultura. Y ese colectivo también delimita el ámbito espacial de la cultura (a veces, también el espacio temporal: hasta esta o aquella época). En esa delimitación se establece lo “políticamente correcto”: el estándar de la cultura patrimonial. Lo demás es heterodoxia, disolvente y peligroso o, simplemente, irrelevante.
El ámbito espacial coincide con la comunidad lingüística actual o pasada, real o figurada. Los filólogos abren brecha, que continúan antropólogos e historiadores. Rematan los etnólogos. En una fase última, entran también biólogos, zoólogos y botánicos. El territorio cultural es, ¡cómo no! un ecosistema en que todo es diferente de lo que hay al otro lado de la frontera... cultural. Especies animales y vegetales que generan razas singulares (caballos o gallinas asturianas o vascas, vacas... o gusanos o helechos) irrepetibles y tan sagradas como que son una muestra de la biodiversidad natural, o sea son VERDAD NATURAL. También son una muestra de ese hecho diferencial que, ¡lo que son las cosas! nos hace diferentes (y, entre nosotros, mejores). Esa diferencia, por otro lado, es la muestra de que LA HISTORIA UNIVERSAL, SE ESCRIBE COMO LOCAL. LocaliaTV, seguramente.
En la confusión, la frontera territorial que la comunidad labró (o le impusieron: en la larga historia de las gentes hay de todo...) pasa a ser frontera natural: si no son especies son, al menos, “variantes”, razas claramente diferenciadas. Y al ser algo natural, amigo, ya no hay apelación posible. Bueno, acaso con una ayudita de la divinidad (como ese pueblo elegido... para matar y ser matado en un movimiento pendular que, si su dios existe, es para apearlo de la inmortalidad a hostialimpia). Ayudita que sólo reondea lo que ya se dispuso que sea: este colectivo es único e irrepetible. Pero no porque cada individuo lo sea y, por tanto la suma de ellos ha de serlo también. No, no es el caso: el colectivo ya sabemos que es más que la suma de individuos. No: es irrepetible porque tiene una historia detrás que es irrepetible: nuestros mártires no son los vuestros. Es más: son mártires porque vosotros fuisteis sus verdugos...
Por eso, en aquellos relatos en los que el territorio está integrado en la cultura -la territorialidad- el peligro de hipóstasis de la comunidad es enorme: la tierra regada con sangre o la tierra de los antepasados... Es aquello de “defenderé la casa de mi padre...” de Gabriel Aresti ¿comunista antifranquista? ¿comunista abertzale? Ejem.
Todo lo anterior cabe en una expresión: a la pregunta de ¿de dónde eres?, quien esto suscribe siempre dijo “de Asturias”. Aquellos a quienes pregunté y luego me han demostrado una querencia territorial grande, me han respondido con el genitivo tal cual y el verbo ser en primera persona: soy (asturianu, galego, basco, catalá, andalú.... Tienen, además, una tendencia irrefrenable a exigir un pentecostés para todo el mundo, porque sin el reconocimiento expreso de su singularidad lingüística (lo que exigiría para todos un don de lenguas amén de la negación de un código lingüistico conocido y compartido por los interlocutores actuantes).
No sé quién puede tener razón en este pleito. Pero yo en la tierra, en Asturias (y estuve afuera, sentí la extrañeza de un lugar diferente) tengo lazos con las personas, con el suelo no. Y si las personas con quien estoy más o menos atado, están en otro lado, yo también voy a ese lado. La tierra da de comer y sirve para enterrar a los muertos. Es la base para caminar, pero también para especular con ella como suelo. No, no me “apega”.

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