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Higinio

La lengua es ya un territorio...

En el año del centenario de Dalí he experimentado el surrealismo mismamente en mi mismo. Ayer. A las 11,25 horas. En Tineo. Sí. Pero no fue Dalí quien me lo mostró.
Confieso que provoqué la situación con más agresividad de la que debiera. En 10 minutos intenté despacharme ante un autor literario famoso (está en los 15 minutos de fama a que todos tenemos derecho; espero que le duren más, desde luego). El tema: mi debilidad, la lengua –el bable- como arma además de medio de relación (aunque asesino y víctima entablan una relación, claro está).
El caso es que el autor, reconocido ya en España, antes en Asturias y, por sus aspiraciones en título (Historia universal de....) y alabanzas críticas, pronto en el mundo mundial, me reprochó mi traición (no dijo esa palabra, pero con ella abrevio) a la lengua que es propia del lugar del que soy, en el que estoy y que –le confesé- mamé de pequeño.
Extraña era la conversación: comenzó en “amestao” o sea el asturiano realmente existente. Pronto, al saber mi exacta procedencia pasó a la “variante” del bable que yo debería hablar. Conscientemente, seguí hablando un poco más el “amestao”, para pasar enseguida a un correcto castellano (me traiciona el acento, lo sé, pero no el uso del mismo). La conversación era en dos lenguas y nos entendíamos... a lo que parece, porque en realidad no, no nos entendimos. Sonó el término castellano “colonizado", que debería aplicárseme porque (se supone) mi conciencia no sabía de la traición (repito, el término es mío) que estaba perpetrando. Y eso, porque apunté que mi elección por el castellano era consciente.
¿Soy cipayo? ¿soy pied-noir? Me queda la duda. Y eso, ciertamente me produce zozobra. Así que no me extraña que me endilgase también, que “por autoestima debería reconsiderar mi opción. Además... “pena de chavales” (quiero entender, pena de chicos a los que doy clase).
Bien, mis diez minutos de surrealismo, que no de fama (ni me importa ésta: tiene servidumbres como que cualquier arrepiezo se te acerque agresivamente y te diga que no está de acuerdo contigo). Luego vino la reflexión sobre ello. Sé que me disculpé (y lo hice de corazón, aunque suene cursi) por mi agresividad, que él mismo me había denunciado un segundo antes.
Y de esa reflexión salen estas líneas... y el convencimiento de que yo sigo R que R o sea que el nacionalismo lingüístico (aunque esto es, desde luego, una redundancia) necesita, como buen hijo del Romanticismo, sentirse víctima, buscar y denunciar al verdugo, y atrincherarse en ese organicismo místico de un “cuerpo vivo” –nación, pueblo... chavales- que necesita ser redimido de quien está clavando su bota sobre él.
Sí, la lengua como territorio. Se lo señalé: el bable como “currietchu” (corralito, para entendernos) para cuatro aprovechados: el yacimiento de empleo que necesitan algunos titulados sin trabajo. Yo, lo siento: colonizado, pero no culonizado.

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