Una generación ahistórica (2)
El concepto de tiempo, del tiempo histórico, el astronómico (antes conocido como absoluto) o, incluso el psicológico, es una adquisición indispensable para moverse en la vida. No se enseña de forma explícita (que yo sepa) nunca. Pero es que los contextos en que se enseñaba de forma implícita antaño, ahora no se dan: el diálogo con padres y abuelos, la lectura de clásicos juveniles, del calendario y las festividades, el esperar para alcanzar el premio... no se practican.
El único tiempo histórico que se conoce es el que está vinculado a la tribu de adscripción: la pandilla. El estilo y moda que vienen dados por una estética personal y una cultura musical, acaso cinematográfica también... de ¡videojuegos!- son los referentes para situarse en el tiempo. No se necesita un antes salvo para motejarlo: carrozas o carcas, se decía en otra época al calor de la rebelión contra los padres para disponer de más libertad. Hoy ni eso se da: pasa de mi... Y esa estética y cultura particular se mantienen en el tiempo mucho más allá de lo que fueron los márgenes habituales de la adolescencia: a ello se refiere el sentirse joven continuamente. A los treinta y a los cuarenta la aventura y el compromiso con uno mismo por encima de cualquier otra cosa de viejo. Un tiempo inmóvil en el que se reproduce la adolescencia de forma permanente. La vejez, algo real y palpable, se esconde, se ahuyenta... hasta con viagra.
Hacia atrás no hay mirada. Hacia delante asusta y no se mira... por lo que tampoco se puede ver. Queda la ceguera del momento, el ensimismamiento del pasota. Se puede llegar a rechazar la sociedad (el rebelde sin causa... y ahora, seguramente, ¡con menos causa aún!) por lo que en este momento ofrece. No parece necesario conocer cómo se llegó a este estado para valorarlo en toda su extensión: afirmarlo o negarlo por la apariencia y en caliente, sin la perspectiva que da el saber cuánto sufrimiento se necesitó para llegar a este momento. Cuánto sacrificio de las generaciones pasadas para ahora decir, sin más, no me gusta... ¡¡que me den otro tiempo!! O cuánta mentira se acumuló y que debe ser desentrañada para construir más firme. En fin: sin pasado (social) conocido, sin la experiencia acumulada... no puede haber expectativa. Lo uno trae lo otro. Si no tengo más experiencia que la mía, no puedo tener más expectativa que contando conmigo: el individualismo llega al puro solipsismo. Eso es lo que se está incubando.
Y, a menudo, cuando se imparte académicamente o por los medios de comunicación (Memoria de España u otros programas diversos de Historia), o en las novelas históricas y películas de ídem, lo que se glosa es TRADICIÓN: la mirada melancólica que se echa sobre el pasado fue mejor que el presente (como si ese pulso no se hubiese librado y ganado por los novatores allá en el XVII). O la búsqueda de raíces: un hombre con raíces no es lo mismo que un hombre con memoria- está atado al suelo (territorio/tribu). La TRADICIÓN no es HISTORIA porque aquella niega el cambio, siquiera sea en el lamento que acepta lo inevitable del mismo. La HISTORIA es, por esencia cambio. Y el cambio es el TIEMPO.
Cuando los líderes tribales actuales hablan de singularidades (comunidad histórica, o sandeces similares) apelan más que a una cultura que en poco se diferenciaría de la del vecino: acaso un plato, la lengua y muy poco más- lo hacen por esa tradición: unos tiran la cabra y otros saltan como cabras en las celebraciones.
El único tiempo histórico que se conoce es el que está vinculado a la tribu de adscripción: la pandilla. El estilo y moda que vienen dados por una estética personal y una cultura musical, acaso cinematográfica también... de ¡videojuegos!- son los referentes para situarse en el tiempo. No se necesita un antes salvo para motejarlo: carrozas o carcas, se decía en otra época al calor de la rebelión contra los padres para disponer de más libertad. Hoy ni eso se da: pasa de mi... Y esa estética y cultura particular se mantienen en el tiempo mucho más allá de lo que fueron los márgenes habituales de la adolescencia: a ello se refiere el sentirse joven continuamente. A los treinta y a los cuarenta la aventura y el compromiso con uno mismo por encima de cualquier otra cosa de viejo. Un tiempo inmóvil en el que se reproduce la adolescencia de forma permanente. La vejez, algo real y palpable, se esconde, se ahuyenta... hasta con viagra.
Hacia atrás no hay mirada. Hacia delante asusta y no se mira... por lo que tampoco se puede ver. Queda la ceguera del momento, el ensimismamiento del pasota. Se puede llegar a rechazar la sociedad (el rebelde sin causa... y ahora, seguramente, ¡con menos causa aún!) por lo que en este momento ofrece. No parece necesario conocer cómo se llegó a este estado para valorarlo en toda su extensión: afirmarlo o negarlo por la apariencia y en caliente, sin la perspectiva que da el saber cuánto sufrimiento se necesitó para llegar a este momento. Cuánto sacrificio de las generaciones pasadas para ahora decir, sin más, no me gusta... ¡¡que me den otro tiempo!! O cuánta mentira se acumuló y que debe ser desentrañada para construir más firme. En fin: sin pasado (social) conocido, sin la experiencia acumulada... no puede haber expectativa. Lo uno trae lo otro. Si no tengo más experiencia que la mía, no puedo tener más expectativa que contando conmigo: el individualismo llega al puro solipsismo. Eso es lo que se está incubando.
Y, a menudo, cuando se imparte académicamente o por los medios de comunicación (Memoria de España u otros programas diversos de Historia), o en las novelas históricas y películas de ídem, lo que se glosa es TRADICIÓN: la mirada melancólica que se echa sobre el pasado fue mejor que el presente (como si ese pulso no se hubiese librado y ganado por los novatores allá en el XVII). O la búsqueda de raíces: un hombre con raíces no es lo mismo que un hombre con memoria- está atado al suelo (territorio/tribu). La TRADICIÓN no es HISTORIA porque aquella niega el cambio, siquiera sea en el lamento que acepta lo inevitable del mismo. La HISTORIA es, por esencia cambio. Y el cambio es el TIEMPO.
Cuando los líderes tribales actuales hablan de singularidades (comunidad histórica, o sandeces similares) apelan más que a una cultura que en poco se diferenciaría de la del vecino: acaso un plato, la lengua y muy poco más- lo hacen por esa tradición: unos tiran la cabra y otros saltan como cabras en las celebraciones.
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