Una generación ahistórica (3)
El tiempo social, tiempo histórico como venimos llamándolo para resaltar su carácter discursivo en los dos sentidos: que deviene y que se narra, es un desconocido para la generación que ahora está en la adolescencia y la que hace poco ha salido (menores de 30 años y un porcentaje no desdeñable de las cohortes que van de los 30 a los 40). Su memoria no va más allá de su propia infancia: Cuéntame como pasó o Los ochenta. Precisamente ésta última apuesta por la música como gancho para atraer a la audiencia. Y aquella los pequeños logros de la libertad doméstica que se iba adquiriendo en plena disolución de la tradición. Por eso tiene un contenido histórico bastante mayor. Por eso se la tilda también de fascistorra... sin saber muy bien qué quieren decir con eso. ¿Ñoña? ¿Blanda? ¿De derechas?. En fin. Sí se le puede reprochar que tape tanto el pasado anterior, desde la II República hasta finales de los 60: unos toques ocasionales sobre la muerte del padre de Antonio Alcántara, del exiliado que amaba a la madre de Mercedes, el excarcelado (que hizo un par de episodios José Luis López Vázquez), o los recuerdos de D. Pablo como alférez provisional. Poco. Pero también es verdad que eso es lo que hay: a todos se nos ha negado en la propia familia acaso por dolor, acaso por miedo- ahondar en ello. Y cuando ha sido posible se planteó puramente como memoria para vengar... no para recuperar y aprender de ella.
Y esa falta de memoria de los dos primeros tercios del siglo XX es un arma para los aprovechados. Es fácil empujar a los jóvenes desmemoriados a realizar travesuras y tonterías para realizar programas marcados por el hijoputasocial de turno. O para aprovecharse de ellos como mano de obra barata y deslocalizable o como consumidores compulsivos.
Sin memoria se es carne de cañón porque falta el juicio que da el tener criterios sólidos. Hablamos de valores cívicos o cristianos pero no tenemos criterios. Y éstos se adquieren conociendo las sociedades que nos han precedido. Los valores se ejercitan hoy, pero son el resultado de una historia.
Un ejemplo: pocas generaciones han apelado tanto a sus derechos como individuos (los derechos humanos) y como ciudadanos, como la que estamos pintando. Pero tampoco ninguna generación ha sido tan poco consciente del coste de llegar ahí y de las servidumbres de esos derechos: los deberes. Una generación que sabe exigir y no sabe dar. Y ahí está su defección del Estado... y del estado actual de cosas: de la política, del trabajo... de sus obligaciones como personas adultas en cuanto cumplen la edad.
Otro ejemplo. Históricamente el joven buscaba el momento de abandonar la casa paterna y ganarse la vida. Hasta el que heredaba la hacienda suspiraba por el momento de asumir la dirección de la casa. En el último siglo, en un mundo de ciudades y de trabajos no agrarios, el abandono del nido se hacía impelidos por la necesidad (los hijos de los trabajadores, trabajadores habían de ser) o por deseo expreso de vivir en libertad. De la experiencia colectiva pasada se sacaban las enseñanzas para formarse las expectativas propias. ¿Ahora? Ahora a ver quién echa de casa al mangarrián que tiene cama, plato y coberturas extraordinarias. De acuerdo que, a menudo, su sueldo es para poco más que para pipas. Antes también, coño. Pero no se empleaba en borrachera y disco de fin de semana. Ni en tunning.
Y esa falta de memoria de los dos primeros tercios del siglo XX es un arma para los aprovechados. Es fácil empujar a los jóvenes desmemoriados a realizar travesuras y tonterías para realizar programas marcados por el hijoputasocial de turno. O para aprovecharse de ellos como mano de obra barata y deslocalizable o como consumidores compulsivos.
Sin memoria se es carne de cañón porque falta el juicio que da el tener criterios sólidos. Hablamos de valores cívicos o cristianos pero no tenemos criterios. Y éstos se adquieren conociendo las sociedades que nos han precedido. Los valores se ejercitan hoy, pero son el resultado de una historia.
Un ejemplo: pocas generaciones han apelado tanto a sus derechos como individuos (los derechos humanos) y como ciudadanos, como la que estamos pintando. Pero tampoco ninguna generación ha sido tan poco consciente del coste de llegar ahí y de las servidumbres de esos derechos: los deberes. Una generación que sabe exigir y no sabe dar. Y ahí está su defección del Estado... y del estado actual de cosas: de la política, del trabajo... de sus obligaciones como personas adultas en cuanto cumplen la edad.
Otro ejemplo. Históricamente el joven buscaba el momento de abandonar la casa paterna y ganarse la vida. Hasta el que heredaba la hacienda suspiraba por el momento de asumir la dirección de la casa. En el último siglo, en un mundo de ciudades y de trabajos no agrarios, el abandono del nido se hacía impelidos por la necesidad (los hijos de los trabajadores, trabajadores habían de ser) o por deseo expreso de vivir en libertad. De la experiencia colectiva pasada se sacaban las enseñanzas para formarse las expectativas propias. ¿Ahora? Ahora a ver quién echa de casa al mangarrián que tiene cama, plato y coberturas extraordinarias. De acuerdo que, a menudo, su sueldo es para poco más que para pipas. Antes también, coño. Pero no se empleaba en borrachera y disco de fin de semana. Ni en tunning.
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