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Higinio

Catedráticos (de Instituto)

Puede parecer que guardo resentimiento hacia tan nobles guardianes del saber y de su divulgación. Pues sí. Claro que lo guardo. Pero no es envidia (me daría vergüenza tener tanto morro). No. Es cabreo puro y duro.
Hubo una vez, acaso, necesidad de individuos así, preparados, distinguidos, vocacionales... y que daban auténtica vida a los Institutos de Enseñanza Media en que estaban. Investigaban desde su materia y sobre el terreno inmediato. Era una forma de acercar el saber a la gente al tiempo que se les hacía ver cómo su entorno era fuente de conocimiento a su vez, si se sabía interrogarlo. También es verdad que muchos de estos catedráticos, cuando pudieron, dieron el salto a la Universidad, porque era mayor su vocación investigadora que la docente (y mejor pagada).
Hubo otro tiempo en que para ser catedrático bastaba una oposición no necesariamente más complicada que la del “numerario” o “agregado”. Pero esa cualidad, la de catedrático, además de conllevar un prestigio (poco menos que el del Notario, si bien bastante peor pagado) tenía sobre todo una fución: dirigir el Seminario didáctico de su materia. Ahí empezó a estropearse todo: el catedrático era el amo, el dueño del corralito. Y aquí no iba necesariamente acompañdo de la vocación investigadora, sino de la de mando en plaza.
Estos catedráticos tenían un problema (y muchas ventajas), pero un problema serio: sólo había una cátedra por especialidad e instituto. Así que allí donde caían se podían pasar una eternidad. Jubilarse en los confines de la civilización. Pero dadas sus buenas relaciones con políticos y asociaciones más o menos gremiales, consiguieron en un ejercicio de trasvestismo, “ceder” su privilegio a cambio de poder moverse hacia los focos de civilización, léase las ciudades grandes. En su auxilio vino la LOGSE que les “redujo” a la “condición de catedrático”, conservando derechos, prebendas, prestigio, etc. Eso sí: se abría la puerta para que llegase a esa categoría/condición una nueva hornada de enseñantes.
Y aquí comenzó a estropearse todo. Como hace doscientos años cuando a la nobleza que perdía su influencia se le sumaron los “nuevos ricos” ennoblecidos no por su sangre, sino por sus méritos “burgueses”. Aquí fue buena ya: que en un mismo Departamento Didáctico hubiese ahora varios catedráticos, con “sangres diferentes” era mucho. Había que acabar con ese “coladero” para intrusos que disminuían día a día el “prestigio” de tan noble institución. ¡Joder!.
Y esos gritos silenciosos se mezclaron con los de “egebeización” de la enseñana secundaria, del “psicologismo” de la LOGSE, del deterioro del clima en las aulas, de la burricie en las humanidades, de... las ganas de volver a poner el catecismo en la cabeza de los alumnos (algunos, en algún tiempo lo pusimos hasta en el culo para cuando nos daban con la vara/goma de butano), etc. Y nació ANCABA Y el PP oyó esos gritos. Y se hizo la LOCE. Y volvió a resurgir la insigne figura del catedrático. Y... mecagondiós, ¿van a volver todos esos catedráticos, tengan la sangre que tengan, a ocupar cada uno una cátedra en cada instituto de cada pueblo, y dejar las plazas civilizadas de tropa para la tropa? Noooooooo. Hasta ahí podíamos llegar: el monte para las cabras...

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