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Higinio

Sistema educativo y Reinos de Taifas (1)

A vueltas ahora con la reforma de la contrarreforma educativa. El prestigioso catedrático de “clásicas”, Rodríguez Adrados ha hablado. Defiende una Ley de Calidad en la cual tuvo un papel importante durante la elaboración, en aquél movimiento preliminar que fue la “reforma de las humanidades”. Una Ley de Calidad que está, hay que decirlo, con un pie en el limbo: suspensa en parte, vigente en otra porción. Y desconocida en gran medida. En eso sí tiene razón.
Como en todo, hay cosas aceptables (no digo buenas) y aspectos inaceptables en la LOCE. Algunos puntos que se supusieron “tremendamente negativos” por “segregadores”, como los itinerarios (o la repetición con más de dos suspensas) quizás no sean tan negativos. Todo depende de cómo se apliquen... y de la reacción de la parte sufriente de la reforma: alumnos y familias.
La segregación existe... porque existió y existirá. Ahora bien, igual que no se puede fabricar la igualdad por decreto, tampoco se puede abandonar a su suerte a quienes acceden al sistema educativo desde una acusada desigualdad social: inmigrantes, colectivos marginados, medio rural, familias desestructuradas... El problema no es de dogmatismo (no debiera ser, claro) legislativo. Tampoco necesiamente económico (dotación de recursos y demás). Quizás sea dónde poner el límite de las “oportunidades de igualdad”. ¿Cuántos itinerarios se necesitan para que el alumno consiga un título? El sistema extremadamente protector, no hace “iguales”, hace vagos, y a otros los desmotiva porque ¿para qué se van a esforzar si llegan igual? ¿No explica eso el duro aterrizaje que tienen la mayoría de los que pasan a 1º de Bachillerato, tras haber desoído el esfuerzo que deben realizar en Tercero y Cuarto de la ESO?. Aún hay más: ¿por qué en España tiene que haber un 70% de titulados universitarios... estando como está el sistema investigador del país? Eso lo hemos heredado de aquella Ley del 70 que se propuso hacer de España una “potencia” en universitarios... y se consiguió multiplicar por 3 el número de titulados. Y así nos luce el pelo ahora con esa hornada ocupando puestos de responsabilidad en todos los órdenes de la vida política, cultural y económica.
Pero voy a otra segregación más: los “modelos educativos” autonómicos (nacionales, dirán algunos neocaciques/neoreyezuelos de las nuevas Taifas). No puedo hablar (sí puedo, pero no debería) de modelos educativos en los que no estoy implicado directamente. Sí puedo hablar del modelo educativo asturiano. Un modelo realmente genial: funcionamiento burocrático peor que en cualquier otro momento de la época “centralista”. Un modelo que emula aquello más ridículo de los otros modelos taifeños: la política de fachada (inauguraciones, declaraciones, proyectos...) y el ejercicio irracional de la competencia para “llenar” de contenido taifeño el 35% del currículo. Bien está (nunca se sabe) conocer el inmenso patrimonio cultural legado por las generaciones anteriores, y por tanto que los alumnos conozcan a fondo el proceso de fabricación de la madreña, de las abarcas o aún del buen uso de los chanclos (por si deciden de una vez a olvidar las zapatillas de deporte) o practiquen asiduamente la danza prima o el gori-gori (a ver si así, tienen unos amaneceres menos ruidosos en los espacios del botellón). Bien está que ese patrimonio se estudie, se conserve (y no en aceite o en el museo, claro) y se renueve. Pero, coño, no confundamos, Tradición con Historia, que eso sirve para que cualquier facción de la taifa, lo jalee en cualquier momento y tengan que venir los almohades a poner las cosas en su sitio.
Y es que ¿qué ocurrirá si a un lado y otro del Eo empiezan a sonar gaitas en una actividad extraescolar o en la romería del pueblo? ¿Y si, durante la Feria de Muestras anual, en Gijón, coinciden un catalán de paso y uno, pongamos que de Llanes, y empiezan a discutir sobre si la sardana es antes o después que la danza prima?. Yo eso lo dejaría para los eruditos que así llenarían estantes de las bibliotecas y, además, recibirían alguna que otra subvención para promocionar lo propio como hecho diferencial.

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