Una generación ahistórica (5)
El tiempo psicológico, que también y acaso aún mejor- se puede denominar tiempo vivencial para esta generación, me resulta más difícil su análisis.
Si para el tiempo social resulta fácil describir cómo se integra esta generación, fuera de los juicios de valor (y a priori) que se puedan hacer, poco se pude decir cómo es percibido e interiorizado.
El ritmo es fácil que no sea el mismo. Dado el acortamiento en la longitud del tiempo que controlan, es posible que nada les diga la expresión esperar, frente a la opuesta ya. Pero el predominio de esta última es, de por sí, el rechazo a la reflexión y, por ende, la multiplicación de las posibilidades de error y/o fracaso. Pero, tranquilos (aquí sí cabe el espera): hay/habrá más oportunidades.
Tiene otras consecuencias esta aceleración del ritmo en la experiencia del tiempo. Por ejemplo, el aburrimiento. Pocas generaciones pueden declarar un volumen tan alto de tiempos de aburrimiento. Y sospecho que no es por la soledad del individuo. Tampoco, acaso, por el hastío de tener tantos y tantos medios para la evasión. Creo que es una mala gestión del tiempo, de la vivencia del tiempo. El aburrimiento es una sensación que ocurre en un espacio de tiempo que media entre dos momentos entretenidos. La sensación negativa aumenta con el alargamiento de ese espacio... que no tiene que ver con una medida absoluta (de reloj, por ejemplo) sino con la interiorización. Por tanto, con la predisposición a aburrirse... por tanto, con el retardo del ya al que ya se ha acostumbrado el individuo.
Ni que decir tiene que esta incapacidad para aplicar la paciencia en la consecución de objetivos impuestos desde afuera (y, a menudo, también autoimpuestos) lleva a la frustración y de ahí a una pérdida de la autoestima que dispersa su influjo negativo sobre muchas otras facetas de la vida del individuo. Demasiadas veces, este fracasado tiene que recurrir a estimulantes que le impulsen... a mantenerse.
Mala cosa que no se sepa gestionar el tiempo. Mal lo tiene la generación ahistórica.
Y peor la sociedad que no supo enseñar esa gestión del tiempo.
Una dificultad mayor la encuentro (acaso porque no hay perspectiva temporal aún) para decir algo sobre la vivencia de los ritmos de la vida: niñez, juventud, madurez y vejez. La niñez, en sus aspectos sociales como la supeditación y obediencia, sujección, disfrute de según qué bienes (antes el reloj, ahora el móvil)... se ha ido acortando: el niño se hace joven antes. Y lo demuestra en la vestimenta, en el vocabulario y en las actitudes de prepotencia.
Por el contrario, el adolescente mantiene comportamientos de niño (irresponsabilidad, por ejemplo) largamente. Y se mantiene ajeno a ese sentimiento de obligarse y de adquirir compromiso. En eso estaría el Peter Pan que lleva dentro. Pero incorpora rápidamente actitudes adultas, especialmente en el consumo.
Del joven que crece y llega a la madurez (es decir, que sobrepasa los 30) lo que hay es una apuesta por el eternamente joven: el deporte. Es de esa cohorte de edad de donde salen los clientes más numerosos de los gimnasios. Entiendo que en ello va una sensación de que se puede congelar ese tiempo vivencial.
Si para el tiempo social resulta fácil describir cómo se integra esta generación, fuera de los juicios de valor (y a priori) que se puedan hacer, poco se pude decir cómo es percibido e interiorizado.
El ritmo es fácil que no sea el mismo. Dado el acortamiento en la longitud del tiempo que controlan, es posible que nada les diga la expresión esperar, frente a la opuesta ya. Pero el predominio de esta última es, de por sí, el rechazo a la reflexión y, por ende, la multiplicación de las posibilidades de error y/o fracaso. Pero, tranquilos (aquí sí cabe el espera): hay/habrá más oportunidades.
Tiene otras consecuencias esta aceleración del ritmo en la experiencia del tiempo. Por ejemplo, el aburrimiento. Pocas generaciones pueden declarar un volumen tan alto de tiempos de aburrimiento. Y sospecho que no es por la soledad del individuo. Tampoco, acaso, por el hastío de tener tantos y tantos medios para la evasión. Creo que es una mala gestión del tiempo, de la vivencia del tiempo. El aburrimiento es una sensación que ocurre en un espacio de tiempo que media entre dos momentos entretenidos. La sensación negativa aumenta con el alargamiento de ese espacio... que no tiene que ver con una medida absoluta (de reloj, por ejemplo) sino con la interiorización. Por tanto, con la predisposición a aburrirse... por tanto, con el retardo del ya al que ya se ha acostumbrado el individuo.
Ni que decir tiene que esta incapacidad para aplicar la paciencia en la consecución de objetivos impuestos desde afuera (y, a menudo, también autoimpuestos) lleva a la frustración y de ahí a una pérdida de la autoestima que dispersa su influjo negativo sobre muchas otras facetas de la vida del individuo. Demasiadas veces, este fracasado tiene que recurrir a estimulantes que le impulsen... a mantenerse.
Mala cosa que no se sepa gestionar el tiempo. Mal lo tiene la generación ahistórica.
Y peor la sociedad que no supo enseñar esa gestión del tiempo.
Una dificultad mayor la encuentro (acaso porque no hay perspectiva temporal aún) para decir algo sobre la vivencia de los ritmos de la vida: niñez, juventud, madurez y vejez. La niñez, en sus aspectos sociales como la supeditación y obediencia, sujección, disfrute de según qué bienes (antes el reloj, ahora el móvil)... se ha ido acortando: el niño se hace joven antes. Y lo demuestra en la vestimenta, en el vocabulario y en las actitudes de prepotencia.
Por el contrario, el adolescente mantiene comportamientos de niño (irresponsabilidad, por ejemplo) largamente. Y se mantiene ajeno a ese sentimiento de obligarse y de adquirir compromiso. En eso estaría el Peter Pan que lleva dentro. Pero incorpora rápidamente actitudes adultas, especialmente en el consumo.
Del joven que crece y llega a la madurez (es decir, que sobrepasa los 30) lo que hay es una apuesta por el eternamente joven: el deporte. Es de esa cohorte de edad de donde salen los clientes más numerosos de los gimnasios. Entiendo que en ello va una sensación de que se puede congelar ese tiempo vivencial.
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