La patria como letrina
Y que no se alarme nadie. Me explico.
La patria es un subproducto obligado de la ensoñación de esos imbéciles sociales (con algún hijoputa social a la cabeza) que el lenguaje políticamente correcto al uso llama nacionalistas cuando engendran esa entelequia que llaman nación.
La nación es el sueño. La patria es lo real, lo tangible. No se muere ni mata por la nación, se hace por la patria. No se defiende la nación, se defiende la patria: TODO POR LA PATRIA.
Y otros imbéciles sociales que vienen detrás (secesionistas, que es lo que viene después) defienden que, pues unos hablan de patria así y asá ¿por qué no ellos de la misma forma?. Ahí se queda el argumento racional e impecable. J. Erkoreka lo suelta tan pancho en la entrevista digital que se le hace (filtradas las preguntas, claro) desde El País el 20 de Enero de 2005. El anda que tú ya hace tiempo que se impuso como el argumento político de mayor alcance en lo que queda de aquella Iberia, hoy mera nación de naciones.
Vuelvo al inicio. La patria es un subproducto de una ensoñación. Vamos a dejar de lado todos los títulos honoríficos de esa ensoñación: metarrelato, mito, entidad natural... todos comprensivos para una realidad que lo es en cuanto invención y en cuanto causa de otras realidades... a través de esos subproductos como patria, pueblo, cultura, raza...
Como individuo sólo quiero ser ciudadano, y por eso miembro de un Estado (que se quede en eso, por favor, fuera lo de nación-Estado o Estado-nación) que le garantice y avale unos derechos civiles y políticos, el único cuerpo político por el que estoy dispuesto a luchar, aunque sea una construcción artificial y denostada por los filósofos (no todos claro, pero sí Xavier Rubert de Ventós, por ejemplo... y Monseñor Setién lo de Mon no es mi sino de montaraz, creo-).
Y uno de esos derechos ya destilados con el tiempo, pero que no caben en la nación es el de la libertad de soñar a contracorriente y de expresarse también a contracorriente. Y no caben en la nación porque se les acusaría de traición a la patria. Y quedan entonces fuera de ese cuerpo político natural como aquellos órganos que inducían al pecado en los cristianos y que llevaron a más de una emasculación.
Pues bien, en mi sueño de ciudadano, tengo apretones virtuales que me inducen a la perentoria necesidad de hacer de vientre. Y he encontrado esas letrinas virtuales. Numerosas y anchas, como los apretones que vienen a menudo.
Así, en cualquier momento, una urgencia me lleva a la primera patria que tenga en mente y que haya proclamado el último soplapollas desde su taifa o corralito particular. Y el alivio obtenido me lleva a agradecer que alguien tuviese esa genial idea de ir creando patrias por doquier.
Mi parte racional o artificial de ciudadano, queda para el Estado. La parte orgánica o natural queda, pues, para las patrias.
La patria es un subproducto obligado de la ensoñación de esos imbéciles sociales (con algún hijoputa social a la cabeza) que el lenguaje políticamente correcto al uso llama nacionalistas cuando engendran esa entelequia que llaman nación.
La nación es el sueño. La patria es lo real, lo tangible. No se muere ni mata por la nación, se hace por la patria. No se defiende la nación, se defiende la patria: TODO POR LA PATRIA.
Y otros imbéciles sociales que vienen detrás (secesionistas, que es lo que viene después) defienden que, pues unos hablan de patria así y asá ¿por qué no ellos de la misma forma?. Ahí se queda el argumento racional e impecable. J. Erkoreka lo suelta tan pancho en la entrevista digital que se le hace (filtradas las preguntas, claro) desde El País el 20 de Enero de 2005. El anda que tú ya hace tiempo que se impuso como el argumento político de mayor alcance en lo que queda de aquella Iberia, hoy mera nación de naciones.
Vuelvo al inicio. La patria es un subproducto de una ensoñación. Vamos a dejar de lado todos los títulos honoríficos de esa ensoñación: metarrelato, mito, entidad natural... todos comprensivos para una realidad que lo es en cuanto invención y en cuanto causa de otras realidades... a través de esos subproductos como patria, pueblo, cultura, raza...
Como individuo sólo quiero ser ciudadano, y por eso miembro de un Estado (que se quede en eso, por favor, fuera lo de nación-Estado o Estado-nación) que le garantice y avale unos derechos civiles y políticos, el único cuerpo político por el que estoy dispuesto a luchar, aunque sea una construcción artificial y denostada por los filósofos (no todos claro, pero sí Xavier Rubert de Ventós, por ejemplo... y Monseñor Setién lo de Mon no es mi sino de montaraz, creo-).
Y uno de esos derechos ya destilados con el tiempo, pero que no caben en la nación es el de la libertad de soñar a contracorriente y de expresarse también a contracorriente. Y no caben en la nación porque se les acusaría de traición a la patria. Y quedan entonces fuera de ese cuerpo político natural como aquellos órganos que inducían al pecado en los cristianos y que llevaron a más de una emasculación.
Pues bien, en mi sueño de ciudadano, tengo apretones virtuales que me inducen a la perentoria necesidad de hacer de vientre. Y he encontrado esas letrinas virtuales. Numerosas y anchas, como los apretones que vienen a menudo.
Así, en cualquier momento, una urgencia me lleva a la primera patria que tenga en mente y que haya proclamado el último soplapollas desde su taifa o corralito particular. Y el alivio obtenido me lleva a agradecer que alguien tuviese esa genial idea de ir creando patrias por doquier.
Mi parte racional o artificial de ciudadano, queda para el Estado. La parte orgánica o natural queda, pues, para las patrias.
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