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Higinio

Razones contra el multilingüismo (5)

La lengua como negocio.
Si en el anterior artículo hablábamos de la lengua como barrera, ahora vamos a verla como “chollo”... para quien la maneja.
Menudean los artículos de prensa sobre la lengua como generadora de riqueza centrados especialmente en el español o castellano (este segundo nombre, como se sabe, es para “andar por casa” pues fuera de aquí es español y punto). En esos artículos se insiste en que la “comunidad lingüística”, koiné es ya de por sí un factor económico: las empresas españolas fueron a la reconquista de Iberoamérica (y en un momento crítico, con la deuda y los riesgos que había) precisamente por la ventaja que da esa lengua común; a su vez los inmigrantes iberoamericanos de menos recursos (Vargas Llosa –padre e hijo- y otros así pueden ir a Londres) también vienen adonde “controlan” con la lengua.
Pero es que también la lengua es negocio en otros aspectos. Ejemplos.
1) Parece que va remitiendo la manía de poner nombres en inglés a los negocios que tienen una clientela potencial juvenil. Ya no somos tan gilipollas como para creer que Boyte’s es más guay que, por ejemplo, La Escalera. Lo de Peluqueros Hortera’s sería otro ejemplo: la moda estaría ahí y no en Barbería Manolo. Pues ahí ya tenemos un ejemplo de cómo el uso de la lengua tiene una orientación mercantil clara: busca un segmento de mercado.
2) Todo el mundo quiere que se le hable en su lengua, que se dirijan a él en la lengua que entiende. Así, pues, cuando más mundo haya como receptor, mayor es el negocio que se puede hacer en el discurso (publicitario, informativo...) hablado y escrito. Los publicitarios, se ganan honradamente (a veces) la vida retorciendo los lenguajes, el escrito y el oral también. Por eso, además, les llaman creativos. Los escritores también. Y los editores... En Barcelona, por si no se sabe, se editan dos tercios del total de libros publicados en español y en España.
3) Todo el mundo quiere, a su vez, que el resto del mundo hable la lengua que el hablante domina. Porque quiere hacerse entender, claro. Y esto es especialmente agudo cuando uno cree que está en el sitio que tiene que estar y que llegó antes o lo parieron ahí y eso le da derecho a exigir que se le entienda. Dice, además, que si no se le quiere entender que, entonces, “puerta”. De esta forma el que no entiende la lengua de esos que estaban antes o se va (y deja el sitio a un “autóntono”) o pasa por el aro.
4) Otra fórmula para el caso contemplado en 3) es cuando “importa” y mucho lo que tiene que decir el hablante al oyente (o el escritor al lector). Para eso nace la figura del traductor. Ya se sabe que en ese trapicheo algo se pierde siempre, aunque no sea el traductor el que se lo quede: traduttore, traditore. He ahí un oficio con futuro en España: estudie usted lenguas peninsulares y tendrá el trabajo asegurado. Hasta es posible que de lacayo-intérprete de alguien que se presenta a elecciones y todo.
Pero de este caso 4 el personaje que más simpático me resulta es el de ese escritor en lengua vernácula, minorizada, oprimida... que se empeña en escribir en una lengua para cuatro por lo que ha de mendigar (sí, ha leído usted bien: mendigar, pedir, rogar, suplicar...) una ayudita a los antipáticos políticos que no hacen nada por la lengua vernácula y dejan que se muera un caudal impresionante de cultura (casi siempre más bien tradición y hasta objeto de museo, pero...). Esa magra ayuda apenas permite imprimir unos pocos miles de ejemplares que se regalan a las instituciones, colegios, bibliotecas públicas y amigos. Luego, si se quiere recuperar algo la inversión hecha, se traduce a la lengua imperial, dominante, opresora... y para que eso del traductor no acabe en traición, pues se le encarga la traducción al mismo escritor en lengua vernácula, por lo que cobrará otra pequeña ayudita para su sostén. Luego, en la lengua imperial se puede, incluso, hasta tener éxito. No es imposible, desde luego: historias inverosímiles, nacionales, internacionales, interculturales, universales... de lo propio y de lo extraño pueblan el universo del libro. Decía un historiador ¿? navarro (perdón, era vasco pues se sentía sólo vasco) a propósito de una historia (en español la segunda edición, la que alcancé a leer) de Sangüesa que “toda historia local es historia universal”. La frase queda muy bien. Es posmoderna sin ser pija. Hasta puede pasar por de izquierdas; y, si se me apura, altermundista. Lástima que el “poderoso caballero” se interponga siempre entre el ideal moral predicado y la necesidad de “dar/comer trigo” (en vez de cebada).

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