Asco del conflicto vasco
Acabo de enterarme de la nueva hazaña de los hijoputETAs. Se me ocurre indagar en la culpabilidad de los que asienten, aunque no participen en el asunto. Es eso tan antiguo de tanto mata el que hiere como el que sostiene la pata.
La culpabilidad moral nadie se la puede negar. Si nos quedamos con una definición mínima de terrorismo ésta sería algo así como cualquier ataque dirigido a civiles con el ánimo de causarles daños, siquiera sean de estragos. Y no condenar el terrorismo ya pone a uno en el plano de lo amoral. Sea el que sea el sacrosanto principio alegado. Hay que ser muy hijoputa para poner un pero a la acción destructiva que recae sobre civiles; sea el pero explicativo y no justificativo.
Cuando se alega, en una democracia, que los votantes son también responsables de la acción de sus políticos y, por tanto, objetivo terrorista, se está situando uno en la raya del hijoputismo social que ya he tratado en esta bitácora. Incluso cuando esos votantes lo son reiteradamente en la dirección política que se quiere castigar. Porque ¿quién sabe lo que vota, por qué lo vota, qué piensa de su voto, la víctima? Es que ni siquiera el que es candidato (y lo digo con conocimiento de causa) se le puede atribuir el voto en el sentido atacado.
Pero vuelvo a la responsabilidad moral del que calla (pues otorga) en la denuncia del terrorismo. Del que no está del lado de las víctimas y sí del lado del verdugo siquiera sea temporalmente y en razón de alguna afinidad de objetivo político último. No se puede ser estalinista después de saber del Gulag. Y hasta ser de izquierdas, entonces, supone ser otra cosa. Esa responsabilidad moral debe ser, cuando menos, penada con el asco y el repudio por parte de quienes están del lado de las víctimas. Así, pues, asco del conflicto vasco que es la razón última alegada por esos fantasmas y sus colegas de objetivos. Es más, siento asco del pueblo vasco, en cuanto que es la construcción irreal, fantástica, mitinera que auspicia esa lucha.
Ya lo he señalado también en esta bitácora: no hay pueblos, hay sociedades. En aquellos, la definición supone una identidad natural y sustancial que religa (religiosamente) a los supuestos componentes; en éstas la identidad viene dada por la diversidad que no anula al individuo y lo pone en red con otros. En aquellos el campo de acción del individuo se limita a hacer patria; en éstas, la acción del individuo es puramente procurar su felicidad limitado por la de los otros. ¿A alguien se le pide hacer sociedad? No. Se le pide ser social o sociable.
Que los camaleones lingüísticos del aberchalismo de hoy cambien ya el término pueblo (salvo en los mítines) por el de sociedad vasca (cuando en puridad sólo cabe hablar de vecindad vasca) no siginifica que estén cargados de razón. Desvirtuarán ese término también.
Así que asco del pueblo vasco. Y de todos los pueblos, invento para sostener identidades asesinas.
La culpabilidad moral nadie se la puede negar. Si nos quedamos con una definición mínima de terrorismo ésta sería algo así como cualquier ataque dirigido a civiles con el ánimo de causarles daños, siquiera sean de estragos. Y no condenar el terrorismo ya pone a uno en el plano de lo amoral. Sea el que sea el sacrosanto principio alegado. Hay que ser muy hijoputa para poner un pero a la acción destructiva que recae sobre civiles; sea el pero explicativo y no justificativo.
Cuando se alega, en una democracia, que los votantes son también responsables de la acción de sus políticos y, por tanto, objetivo terrorista, se está situando uno en la raya del hijoputismo social que ya he tratado en esta bitácora. Incluso cuando esos votantes lo son reiteradamente en la dirección política que se quiere castigar. Porque ¿quién sabe lo que vota, por qué lo vota, qué piensa de su voto, la víctima? Es que ni siquiera el que es candidato (y lo digo con conocimiento de causa) se le puede atribuir el voto en el sentido atacado.
Pero vuelvo a la responsabilidad moral del que calla (pues otorga) en la denuncia del terrorismo. Del que no está del lado de las víctimas y sí del lado del verdugo siquiera sea temporalmente y en razón de alguna afinidad de objetivo político último. No se puede ser estalinista después de saber del Gulag. Y hasta ser de izquierdas, entonces, supone ser otra cosa. Esa responsabilidad moral debe ser, cuando menos, penada con el asco y el repudio por parte de quienes están del lado de las víctimas. Así, pues, asco del conflicto vasco que es la razón última alegada por esos fantasmas y sus colegas de objetivos. Es más, siento asco del pueblo vasco, en cuanto que es la construcción irreal, fantástica, mitinera que auspicia esa lucha.
Ya lo he señalado también en esta bitácora: no hay pueblos, hay sociedades. En aquellos, la definición supone una identidad natural y sustancial que religa (religiosamente) a los supuestos componentes; en éstas la identidad viene dada por la diversidad que no anula al individuo y lo pone en red con otros. En aquellos el campo de acción del individuo se limita a hacer patria; en éstas, la acción del individuo es puramente procurar su felicidad limitado por la de los otros. ¿A alguien se le pide hacer sociedad? No. Se le pide ser social o sociable.
Que los camaleones lingüísticos del aberchalismo de hoy cambien ya el término pueblo (salvo en los mítines) por el de sociedad vasca (cuando en puridad sólo cabe hablar de vecindad vasca) no siginifica que estén cargados de razón. Desvirtuarán ese término también.
Así que asco del pueblo vasco. Y de todos los pueblos, invento para sostener identidades asesinas.
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