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Higinio

Empecinamiento

El paralelismo de las formas JAVIER PÉREZ ROYO EL PAÍS  -  España - 29-07-2006 El paralelismo de las formas es lo que hace que el derecho sea un ordenamiento jurídico. Una norma es norma jurídica, en primer lugar, porque es producida por un órgano constitucionalmente habilitado para ello de manera directa o indirecta y porque dicho órgano actúa de acuerdo con un procedimiento que está también constitucionalmente reglado de manera directa o indirecta. Pero esto no basta. Para que una norma tenga el carácter de norma jurídica es imprescindible, en segundo lugar, que la norma producida por dicho órgano siguiendo el procedimiento establecido únicamente pueda ser modificada por el mismo órgano siguiendo el mismo procedimiento con el que la creó. Esto es lo que en el mundo del derecho llamamos el paralelismo de las formas, sin el cual el derecho no sería un ordenamiento, sino un caos. Una ley orgánica tiene que ser modificada o derogada por otra ley orgánica, una ley ordinaria por otra ley ordinaria y así sucesivamente.Recuerdo esta obviedad, no sin pedir perdón a los lectores por hacerlo, porque leí ayer en este mismo periódico que Josu Jon Imaz le había planteado a Patxi López que aceptara que, si se alcanzaba un acuerdo amplio en el Parlamento vasco sobre la reforma del Estatuto de Gernika, no sería necesario que el proyecto o proposición de reforma fuera remitido a las Cortes Generales, a fin de negociar con ellas el contenido del mismo, sino que fuera sometido directamente a referéndum de los ciudadanos vascos. (…)(El subrayado es mío)

Está claro ¿no? El empecinamiento (o necedad, de necio) está en que no se acepta de ninguna manera la legitimidad (real) originaria, sino que se propone otra (soñada) e incompatible. Ergo, la solución al “conflicto” no pasa por la negociación, sino por la aceptación pura y simplemente de lo que es Verdad y Natural. Dios (que era de Vergara) les asiste y así debe aceptarse.

También Anxo Quintana (de soltero Ángel Quintana) dice que "nación" para Galicia es algo irrenunciable por lo que no hay pacto.

La sangre de la tribu ciega la mirada del individuo por lo que no es la inteligencia la que guía, sino el furor y las oscuras fuerzas que se alimentan de la bilis. Pero, como siempre, los sacerdotes de la tribu sacrifican, no se sacrifican; tienen argumentos para explicar el fracaso de sus profecías y para justificar la perseverancia; viven de su cuento y del devivirse de los otros. Son nacionalistas.

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