Cascos y Fernández
Porque, Espinosa, en realidad no cuenta tanto. El asunto es conocido, pero la carambola aún no ha llevado la bola al agujero. Una parte del PSOE forzó el relevo de Areces por quien tuvo la mano y el acierto de soldar (al menos, aparentemente) la fractura entre obreristas y cuellos blancos en la FSA hasta el punto de que Villa volvió a tener un papel político y revalidado en el sindicato recientemente.
La candidata del PP, dedazo del alcalde de Oviedo, no era mucho más conocida que el candidado del PSOE, pero éste se adelantó en la designación y podía empezar a pasearse al lado del jubilado Areces. Ella tenía un radio de acción más corto: Oviedo y alrededores, aunque, eso sí, podía sustituir a Gabino casi de continuo pues está ausente y gobierna por videoconferencia salvo que haya cámaras ante las que mostrarse.
Pero hete aquí que salta la liebre. Un irritado Cascos, exiliado en Madrid desde hace años por su carácter belicoso demostrado en las marrullerías que organizó en Gijón y, sobre todo, en tumbar el único gobierno PP que hubo en Asturias (Sergio Marqués) por asuntos personales y también políticos: Marqués se negó a que le marcasen el paso desde Madrid por muy vicepresidente que fuese el oráculo... además de la enemistad que el primer divorcio de Cascos generó con el abogado de la exmujer.
Bien, tenemos el argumento de la novela. Mejor dicho, del comienzo de la novela, el preámbulo. Veremos como sigue y como acaba... Pero lo que parece en el próximo capítulo es que Cascos acaba de recibir un enorme empujón (pista de aterrizaje ampliada, diría yo) con el escándalo que afecta al gobierno del PSOE y la gestión que están haciendo (sanción del PSOE, arropamiento...) del mismo. El asunto Riopedre era lo que faltaba al PSOE, a Fernández, para su derrota.
Y es que en corrupción, la derecha, diplomada desde siempre, sabe gestionar su destape: Fabra o los múltiples implicados en la Gurtel ofrecen el ejemplo. Los aficionados del PSOE, recién llegados a ello (sólo unos 30 años) no saben taparlo. Además, los votantes de uno y otro partido tampoco interpretan igual la tomadura de pelo: los del PP están dispuestos a perdonar porque todo es una conjura judeo-masónica y, además, de los rojos; pero el votante del PSOE sabe que meter la mano en la caja pública es imperdonable. Y lo castiga, sin ir más lejos, en el 96 fue eso.
A la derecha, acaso, no se le perdona que mienta, pero al cabo de poco tiempo eso se olvida porque los hay que saben dar la vuelta a la tortilla y organizarse para ello: vuelve el 11-M con la orquesta PP y de mariachis Trillo & Pons, con la sinfónica de Intereconomía.
Tírese del palco.
0 comentarios