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Higinio

Diatriba por la educación (7)

¿Profesional de la enseñanza? Eso sólo fue posible con la LOGSE. Ni antes ni después. Incluso, para muchos, ni con la LOGSE: suponía “demasiado esfuerzo”.
No se es profesional por desempeñar una profesión o un oficio. En ese caso sólo va como calificativo: es muy “profesional” (cantero, barrendero, político...) pero el profesional “sustantivo” requiere capacidad para actuar y libertad para hacerlo. La etimología nos lleva a las “profesiones liberales”: médico, abogado... que requieren creatividad y calidad en el oficio.
Profesor “profesional” sólo lo era el de la Universidad. Hasta en la titulación iba: durante mucho tiempo el maestro de primeras letras no era ni titulado universitario. Y el de Secundaria lo fue pero ni el catedrático era profesional: se le suponía unos conocimientos y punto: a cumplir “reglamentariamente” con lo estipulado por la ley... y lo que otros “creaban”: conocimiento científico (eran otros los que lo hacían), textos (eran las editoriales), modos de actuar, etc.
La LOGSE permitía al profesor “hacer”, construir el medio en el que iba a impartir enseñanza. Desde realizar materiales hasta la forma de ejecutarlos. Incluso una libertad inusual para evaluar “cualitativamente”.
¿Qué fue de eso? Se acabó. Y aquí la razón no hay que buscarla en una Administración alicorta. No. Aquí hay que buscarlo en el excesivo experimentalismo, alargado en el tiempo más allá de la acomodación necesaria. En la apatía y “rebelión” contra la Administración de buena parte del profesorado que se incomodó porque se le acababa la comodidad de los textos entregados por las editoriales, de las normas que entregaba la Administración... de una tutela sobre la que se podía descargar la responsabilidad que no se quería asumir ahora.
La autonomía de los centros fue un camelo porque ni siquiera fue nominal. Alguien podría sospechar que fue una argucia de la Administración para desprestigiar definitivamente a quienes exigían otro tipo de enseñanza: “ahí lo tenéis... y mirad los resultados”.
Los resultados fueron una descoordinación total dentro del centro, entre los centros, entre las CC.AA. Un fracaso. No estábamos preparados y lo pagaron los estudiantes. Unos se beneficiaron (en sesiones de evaluación “cualitativas” llegaron a promocionar y/o titular con hasta cuatro suspensas), otros salieron perjudicados porque los conocimientos que adquirieron fueron ridículamente disminuidos por inoperancia del Departamento, del profesor...
Se acabó. La Administración volvió a regular, a disponer qué se daba, cuándo se da, cómo se da, y a quién se da. Las editoriales volvieron a su negocio y todo a funcionar otra vez. Se ganó en coordinación, sí, pero se perdió una oportunidad de oro para que el profesorado fuese auténticamente profesional. Ahora vuelve a ser técnico especialista (y no siempre).

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