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Higinio

DE POLITEIAE

La patria como letrina

Y que no se alarme nadie. Me explico.
La patria es un subproducto obligado de la ensoñación de esos imbéciles sociales (con algún hijoputa social a la cabeza) que el lenguaje políticamente correcto al uso llama nacionalistas cuando engendran esa entelequia que llaman nación.
La nación es el sueño. La patria es lo real, lo tangible. No se muere ni mata por la nación, se hace por la patria. No se defiende la nación, se defiende la patria: TODO POR LA PATRIA.
Y otros imbéciles sociales que vienen detrás (secesionistas, que es lo que viene después) defienden que, pues unos hablan de patria así y asá ¿por qué no ellos de la misma forma?. Ahí se queda el argumento “racional” e impecable. J. Erkoreka lo suelta tan pancho en la entrevista digital que se le hace (filtradas las preguntas, claro) desde El País el 20 de Enero de 2005. El “anda que tú” ya hace tiempo que se impuso como el argumento político de mayor alcance en lo que queda de aquella Iberia, hoy mera nación de naciones.
Vuelvo al inicio. La patria es un subproducto de una ensoñación. Vamos a dejar de lado todos los títulos honoríficos de esa ensoñación: metarrelato, mito, entidad natural... todos comprensivos para una realidad que lo es en cuanto invención y en cuanto causa de otras realidades... a través de esos subproductos como patria, pueblo, cultura, raza...
Como individuo sólo quiero ser ciudadano, y por eso miembro de un Estado (que se quede en eso, por favor, fuera lo de “nación-Estado” o “Estado-nación”) que le garantice y avale unos derechos civiles y políticos, el único “cuerpo político” por el que estoy dispuesto a luchar, aunque sea una “construcción artificial” y denostada por los filósofos (no todos claro, pero sí Xavier Rubert de Ventós, por ejemplo... y Monseñor Setién –lo de Mon no es “mi” sino de “montaraz”, creo-).
Y uno de esos derechos ya destilados con el tiempo, pero que no caben en la nación es el de la libertad de soñar a contracorriente y de expresarse también a contracorriente. Y no caben en la nación porque se les acusaría de traición “a la patria”. Y quedan entonces fuera de ese cuerpo político “natural” como aquellos órganos que inducían al pecado en los cristianos y que llevaron a más de una emasculación.
Pues bien, en mi sueño de ciudadano, tengo apretones virtuales que me inducen a la perentoria necesidad de hacer de vientre. Y he encontrado esas letrinas virtuales. Numerosas y anchas, como los apretones que vienen a menudo.
Así, en cualquier momento, una urgencia me lleva a la primera patria que tenga en mente y que haya proclamado el último soplapollas desde su taifa o corralito particular. Y el alivio obtenido me lleva a agradecer que alguien tuviese esa genial idea de ir creando patrias por doquier.
Mi parte racional o “artificial” de ciudadano, queda para el Estado. La parte orgánica o “natural” queda, pues, para las patrias.

Para un catálogo de imbéciles sociales (2)

Podemos seguir por la senda de los personajes públicos, en este caso de los tribalistas catalanes: Puigcercós, Carod Rovira, & cetera.
¿Dónde radica su imbecilidad (social)? El imbécil social, decíamos, se identifica por sus actos (incluídas las declaraciones, claro está) y la relación que estos guardan con un fin dispuesto por el hijoputa social que se sirve de este tonto útil que es el imbécil social. Claro que esto nos obliga a encontrar el hijoputa social, y esa puede ser una tarea difícil.
Hay un fin declarado, la independencia de Catalunya, y varias estrategias en liza: tensión, gradualismo, apuesta europea para desintegrar el Estado, etc. El hijoputa social en esta historia tiene más el aire de un ente colectivo que el de un líder claro y distinto que “pastorea” y crea la clientela para su discurso. Pero dejemos ese punto para cuando construyamos el catálogo de hijoputas sociales.
ERC ha optado por la estrategia de la tensión. El apoyo electoral que ha ido ganando gracias al imbécil social de Carod Rovira entre catalanistas desencantados de CiU y que confunden tribalismo con izquierda (mejor: utilizan esta como coartada para instalarse en el tribalismo puro y duro) es la base sobre la que se apoya la chulería con que actúan todos sus dirigentes (incluido Bargalló). Y esa chulería es vista como la fórmula adecuada para dar “por el culo” a los españolistas: Más madera... Además, los tiempos van con nosotros, que dicen los tribalistas. Lo que ya no dicen es que la “solidaridad bien entendida empieza por el bolsillo propio”. Algo que piensan todos los tribalistas desde los nacionalistas escoceses hasta los “padanos”; desde los “eslovenos” hasta los “flamencos”...
Pero no es un juicio de eso lo que estoy proponiendo, sino demostrar la calificación de imbécil social de, por ejemplo, Carod Rovira. Vaya por delante que, el tal tontolculo (esto sí es un insulto, no un juicio científico) es también un “payaso”, un ridículo que, aún siendo un hombre público (no necesariamente un “puto”) se deja embalar por reacciones en caliente... para luego rebobinar.
Es un imbécil social porque de ideas propias carece. Sólo es suyo el histrionismo y las meteduras de pata. Es suya la chulería. Pero el discurso se lo ceban como se da a los cerdos par engordarlos y llegar al sanmartin. Aparentemente lidera, pero es guiado por otros. Es una marioneta. Hace el papel de “malo”, como otro imbécil social que se llama Egibar y eso se complementa con el papel de “bueno” de elementos como Bargalló (equivalente del imbécil social “moderado” J.Jon Imaz).
Como imbécil social es portavoz, altavoz y difusor de unas ideas que benefician al hijoputa social en la medida que buscan el enfrentamiento gratuito desde una postura cómoda: la carne de cañón que la ponga otro.

Para un catálogo de imbéciles sociales (1)

Quede muy claro y por delante que imbécil social es un concepto sociológico y no un insulto. Aunque guarde cierta relación “de origen” con el insulto: el idiotiké griego.
Ibarreche. Una autoridad del Estado –mal que le pese- opresor ya que es a ese Estado a quien le debe su cualidad política. Que lo hayan votado ciudadanos españoles (del Estado, repito, opresor) avecindados en municipios que constituyen las “provincias vascas” y que se dicen, juran y asumen, tener una condición “exclusivamente” vasca (habrá que dilucidar en otro momento qué quiere decir eso) no significa más que en las normas de ese Estado opresor se traslada a sus ciudadanos la capacidad para elegir a las autoridades que, en nombre de los votantes actúan como Estado. Sólo (y ¡nada más! que) eso.
¿Es un imbécil social?. Bien. Vayamos a la caracterización que hemos dado antes de ese concepto (ver 28 de setiembre de 2004). Más que una definición, hemos dado una caracterización del imbécil social. No se olvide que estamos ante una “aproximación” para posteriormente teorizar. Tal vez el método inductivo sea el más propicio para este viaje.
¿Tonto útil? ¡Ai-ba-la-ostia! ¡Anda que no! El anterior lehendakari no se dejaba manejar tanto por el hpsocial papá X.Arz. y fue apartado. No hubiera aprobado el deslizamiento de Lizarra, alucinación del mencionado hijoputa social que tanto disculpa como “esos chicos descarriados” a los máximos hijoputasociales sin partido ahora y con armas para matar. Pero este Ibarreche sí que se deja manejar e imponer: es un tonto útil. Es, espcialmente, un espantajo de los manipuladores que hay detrás. Por tanto, ya cumple una condición.
¿Es un fajador? No hay duda: las hostias las lleva él. Es una víctima propiciatoria del partido. Y sabe sobrellevarlo con todo el ánimo exigible a un imbécil social. Tono de voz monocorde, sordo a cualquier sugerencia que se salga del guión que le han entregado –lo que revela que no manda, obedece-... y, además, admite que tiene anchas espaldas (como otro imbécil social del que hablaremos pero éste más al Este y de más de 100 kilos de peso) para sobrellevar la redención del pueblo elegido, su tribu. Segunda condición cumplida.
¿Hace el imbécil? Bueno. El día sólo tiene 24 horas. Aquí y en ese lugar donde Dios descendió a dar un RH singular. Pues bien, 24 horas haciendo el imbécil son suficientes para dar la categoría: ceremonias ancestrales, ridículas de puro folclorismo; declaraciones de tonto de baba, donde se confunde sociedad con tribu, vecino con ciudadano, querer con derecho, y derecho “colectivo” con derecho “individual”; diseño de planes increíbles, artificiosos, engañosos cual verdades reveladas cuando Jaun entregó las tablas no escritas (les dio una lengua pero no les dio caracteres para escribirla por lo que hubieron de esperar a que viniesen los imperialistas romanos a dárslea ¿o fueron los más imperialistas castellanos?; ... Si el día tuviese 30 horas, 30 horas de ETB con deportes autóntonos y 30 horas de tonterías ibarrechianas. Por ahí, otra condición más.
¿Tiene ideas originales? Aquí es más difícil asegurarlo. El catecismo ya lo escribió San Sabino y lo actualizó el jesuita. No hay mucha más tela que cortar. Pero como “tiene un plan” y lleva su nombre, habrá que asignárselo y, por ello, darle la cuarta condición como cumplida. Además, está claro que busca un efecto. El mismo que los hijoputas (sociales, no nos confundamos) que tiene detrás.
Decididamente, hay pocas dudas de que el buenazo segundón de las campas de Salburúa y adornado con el bastón de mando de roble auténtico, pastor del rebaño que creó San Sabino, el ínclito Ibarreche, es un exclusivo miembro del 5% invariable a lo largo del tiempo.

Aplicación de la teoría del imbécil social

Decíamos que el imbécil social es el tonto útil del hijoputa social. Vamos a aplicar la teoría en un caso concreto: el autor de la expresión atentado teledirigido. ¿Es tonto? Pues sí. ¿Es gilipollas? Pues sí. Es un imbécil social. Vamos a ver.
Los griegos llamaban idiotiké al que quedaba fuera de la ciudadanía por no tener capacidad de raciocinio. Es de ahí de donde nace la teoría del imbécil social.
El raciocinio es una capacidad humana que se aplica a desentrañar la realidad siguiendo una secuencia lógica de antecedente y consecuente. Por tanto no es humano algo que habla, que dice cosas (las dicen los loros, por ejemplo); no es algo que se puede expresar a través de un lenguaje más o menos simbólico (los chimpancés pueden hacerlo); no es algo que entiende el lenguaje humano sin más (parece que hay un perro que sí entiende hasta 250 palabras); & cetera. No, no se es humano por eso: se es humano por razonar. Ni siquiera por ser brillante en la expresión: un loro puede hacerlo hasta aburrirnos.
Entonces el autor de la expresión atentado teledirigido no es alguien dotado de raciocinio... a priori. Pero tampoco a posteriori, como espero demostrar.
La repetición ad nauseam de la conspiración PSOE-Guardia Civil-Policía Nacional-Mineros asturianos-Gitanillo-Trashorras-Toro-Mohamed de Marruecos-& cetera perfectamente documentado por los (aquí no es necesario demostrar nada: me remito al final de las notas para una teoría del imbécil social) periodistas mercenarios de El Mundo del siglo XXI (joder, si ese es el mundo que tenemos por delante) no demuestra que sea verosímil. Aún así, quien debería mostrar la responsabilidad propia del cargo político que ostenta (debida, por lo visto a su afán de “hacer dinero en la política” como consta en grabaciones de hace unos años), sigue abonando la teoría.
No razona: repite cual altavoz lo que JPedro dice y manda decir. Y lo hace para joder. Esa, recuérdese, es una característica básica del imbécil social. Ahora bien, cuando se está en la altura en la que está el autor de la feliz expresión, se corre el riesgo de ser elevado por patada en el culo al nivel de hijoputa social. Eso sí, hay que tener entidad para ello. Y no sólo cara bonita y aire de chuloputas.
No hay lógica, sólo suposición y la verosimilitud de esa mierda que salpica al ponerla delante del ventilador. Como tiene en alta estima su traje, se pone detrás del ventilador... pero acabará saltándole. Por lo pronto, no lo quieren ni en su tierra... no vaya a ser que ensucie las naranjas.

El imbécil social (4)

El vecino imbécil. Aunque a veces nos refiramos a él como “el hijoputa del....”, no siempre entra en esa categoría tan alta. Suele ser un imbécil. Su meta en la vida es incordiar, hacer daño... pero sin llegar a provocar el sufrimiento generalizado y permanente, que eso son palabras mayores: es asunto del hijoputa. Ese vecino que incumple sistemáticamente las normas de la comunidad, que va de chulo, de bronco, de... imbécil. Es un ejemplo de imbécil social. Uno de los más abundantes y cercano a nosotros.
El ciudadano (de a pie) imbécil. Dícese de ese individuo que tienes parado al semáforo chuleando con el pie en el acelerador o adelantando en carretera poniendo en peligro el pellejo de los otros (el suyo no debería importarnos: conste que no asumo la eutanasia procesal del profesor Bueno, pero si se lo busca y lo encuentra él solo... pues eso. Ese individuo anómico, para el que sólo existe él y su olor y el resto de la humanidad están para verlo, alabarlo y llamarle hijoputa. Pero, recordemos que esa es una categoría de individuo demasiado para este chulo: es un imbécil social. Ni más ni menos. Puede ir en una moto (y uno desear tener el permiso de armas y licencia para matar, en ese momento), o puede estar paseando el perro. Ese imbécil salta a la vista. Esta clase de imbécil y la anterior bastarían para llenar ese 5% de la población específicamente demostrado. Pero hay más.
El compañero o, incluso, jefe imbécil. Del jefe es fácilque enseguida nos brote el calificativo de hijoputa. Normalmente no llega a tanto: es un imbécil social. Un ombliguista, chulo, cabrón, puteador... pero imbécil: tan listo, tan imbécil. Puede llamársele hijoputa en el sentido vulgar, pero sociológicamente es sólo imbécil social. El compañero, aún menos: aunque trampaso, colaborador en el mobbing, soplapollas habitual, etc. se le puede llamar hijoputa a la cara pero sabiendo que uno miente: es sólo un imbécil social. Y de categoría ínfima, pues lo normal es que sea de ese 10% adicional en grave riesgo de llegar a imbécil titulado, pero para ello requiere una auténtica obra maestra de imbécil y lo normal es que no sea capaz, quedándose a las puertes y, como mucho: soplapollas o gilipollas.
El imbécil titulado es alguien que tiene capacidad de convocatoria ante un público grande y siempre está cercano a un hijoputa: diríamos que detrás de todo gran hijoputa hay (al menos) un gran imbécil titulado. Hay una profesión en la que esta clase de imbécil se siente plena: el periodismo. Y es que ahí el paso de soplapollas o de mero gilipollas a imbécil titulado es muy simple: una tertulia, un encargo para decir esto o lo otro y cargarse la imagen de alguien y ya está: grado de imbécil. A partir de ahí, cadena de favores y cada vez un poco más: hoy es ser, mañana copes o linterneas, pasado punteas radio u ondeas ceropatatero y de ahí saltas a columnista habitual seas mundano o paisano, seas razonable o estés en las primeras letras habrá una columna habitual para que el imbécil haga el trabajo que le requiere el hijoputa.
Y no crean. No pasa sólo aquí: eso es en todo el mundo. Donde este imbécil titulado no es periodista (porque los maten a todos) es ayudante de clérigo, o de terrateniente, o de militar, o... ¿Se quedarán cortos los estudios que cifran en el 5% la tasa de imbéciles sociales?

El imbécil social (3)

El imbécil siempre hace el imbécil y ejerce de tal, pero no todo el que hace el imbécil es imbécil. Y esto es un axioma. Ocurre a menudo que una conducta torpe produce una situación típica de las que provoca un imbécil. Pero la diferencia está en que la torpeza es falta de habilidad y, casi siempre, es una consecuencia inesperada o no buscada de una acción que pretendía otra meta. Puede llamarse al autor de esa conducta, tonto, pero no imbécil.
El imbécil social programa y tiene intención de producir un efecto. Desea que el fruto de su actuación caiga sobre el auditorio. Y, a menudo, que se oriente hacia los deseos del hijoputa que está detrás del imbécil.
Escuche usted una tertulia mañanera o vespertina o nocturna (las hay casi a todas las horas). Enseguida detectará el imbécil y al hijoputa en ese cotarro. El periodismo es una profesión en la que el imbécil se siente a gusto, lo que no quiere decir ¡faltaría más! que toda la profesión encaje ahí: sí, por desgracia, el porcentaje de imbéciles ahí es muy superior (unas 5 veces más, aproximadamente) que en la mayoría de las profesiones. Una proporción también parecida a la que hay de hijoputas entre la clase política.
No hace falta ser muy sagaz para ver la estrecha relación de dependencia entre una y otra profesión. Hace poco y en un intento de aclarar asuntos de “pesebrismo” alguien hablaba de “extorsionados y extorsionadores” y cómo aquellos sacaban más de éstos que al revés. El artículo era contestación a la intervención de otro periodista demasiado implicado en esa relación estrecha entre hijoputas e imbéciles. Ahora bien, el autor del artículo, libertario de pro(paganda) probablemente sea la imagen más acabada, el modelo, de imbécil social en la profesión. Con un poco más de entrenamiento, hasta podría llegar al nivel superior, el que teorizamos en artículos pasados.
Otro imbécil social explica lo que es la asepsia en los informativos Es otro ejemplo de que entre el tonto y el imbécil social hay una clara diferencia, y ésta está en la intencionalidad de buscar un resultado que se acerca bastante al conseguido tras la actuación.
Proseguiremos con el catálogo de imbéciles para determinar el perfil del modelo de imbécil social todo lo más preciso que podamos.

El imbécil social (2)

El imbécil tiene labia, capacidad de locución cara al público, pero tiene un discurso vacío. Eso es una clara diferencia con el hijoputa. Mientras que el hijoputa es un líder, el imbécil es un espantajo, la sombra de aquél. El imbécil puede ser patético cuando es dejado de la mano del hijoputa: basta mirar en numerosas ocasiones al dirigente político (hijoputa) y a su segundo (imbécil) para darse cuenta de la diferencia. Esta relación repondería, quizás, a esa otra ley histórica que apunta que, si bien la historia no se repite, lo que fue tragedia luego es farsa. Y, créanme, no estoy pensando en ningún dirigente concreto, esté o no metido en proceso congresual.
Cualquiera podría rebatir estas notas por poco científicas. Y no andaría desencaminado: he señalado que el término anda muy apegado al lenguaje vulgar, al uso que se le da en la calle: el insulto. (En otra ocasión teorizaremos sobre el insulto y la imprecación)
Y también se puede denunciar que hay mucha subjetividad en la catalogación de alguien como imbécil. Pues bien. Este (y siguientes) artículo pretende dar las pautas para la identificación y catalogación (acaso también la clasificación) del imbécil. Lamento (y pido disculpas) por mi deslizamiento hacia el ejemplo rápido: es posible que haya ahí un defecto profesional, de aclarar perceptualmente el concepto que trato de explicar.
El imbécil, decimos, es sombra del hijoputa. Por ese lado, es el tonto-útil que necesita el hijoputa como gancho, como vocero, como “fajador” para ganarse la masa que le ha de seguir. Pero ¿quién acepta ser la sombra de sólo por capricho del hijoputa? Nadie. Es de forma natural como el imbécil responde a la estrategia del hijoputa: es un caso perfecto de simbiosis. El imbécil necesita un hijoputa en qué creer para hacer lo que más le gusta: el imbécil (luego veremos el comportamiento: ahora tratamos la personalidad). A cambio, debe realizar para el hijoputa las tareas que éste no puede realizar sin “mojarse”, sin descubrirse más de la cuenta. Digamos que el imbécil está para llevar las hostias y el hijoputa para provocar que se las den; es raro que al hijoputa le lleguen los tortazos, pero al imbécil es relativamente frecuente.
El imbécil social, del que estamos hablando, no es, desde luego un débil mental. Puede, incluso, mostrar una agudeza propia de un libertario digital. Y nada de nihilismo en su comportamiento. Su conducta orientada a provocar desconcierto en el auditorio es la que arranca del espectador la descalificación rápida. Sólo entre candidatos a la imbecilidad, su mensaje es recibido con cierto alborozo o, al menos, no provoca ese sentimiento de desagrado. Vayan ustedes a un mitin de un candidato político opuesto a sus simpatías políticas: tienen delante (si no es un hijoputa, que no hay tantos, claro) al imbécil, al autor de imbecilidades constantes.
Pero ¿es posible evitar el relativismo para poder demostrar que la tasa de imbéciles es históricamente estable y baja?. Eso creemos. Por eso lo intentamos en este ensayo. Pero, por favor, no vayan a ver cómo quedó el color naranja en los nuevos símbolos: me pondrían difícil la demostración.

Para una teoría del imbécil social

Sin terminar la teoría anterior, debo apuntar (para que no se me olvide) unas notas para la teoría de la imbecilidad sociopolítica. Y es que viene a cuento ahora que hemos definido al hijoputa. Y, como en toda actuación humana hay grados (a la hora de valorarla, desde luego), punto antes de hijoputa, está el imbécil.
Nuevamente hay que fijar el término en su contenido científico, si bien ahora no en el ámbito de la psicología clínica: no estamos hablando de individuos cuyo CI (léase, claro está, cociente intelectual: su uso como coeficiente, es otra cosa y muy propia, dicho sea de paso, de imbéciles). No, no tratamos de deficiencias. Hablamos de un individuo autor de comportamientos particulares.
Y en este caso, el uso vulgar del término no se aleja demasiado del que teorizaremos. Por ejemplo. Llamamos imbécil a alguien que dice públicamente una tontería (nótese que no nos alejamos del CI mermado). Cogemos la prensa, encendemos la radio o la televisión y ¿qué leemos, oímos o vemos? Tonterías ensartadas. Ahora bien. Las hay de muy diverso tenor: las que empujan a sonreir y las que soliviantan a uno serían los extremos. Uno escucha el noticiario de Radio Nacional (el postUrdaci, claro) y puede sonreír por la candidez de quienes ahora detentan el poder; pienso en eso de “alianza de civilizaciones”. O escuchas la COPE y te arrepientes por no haber sacado a tiempo el permiso de armas y la licencia para matar.
Es un decir, claro está. Porque apagar “La Linterna” es darle una importancia que no tiene el imbécil (ir)responsable. Y aquí tenemos ya un claro ejemplo de individuo imbécil. Podría, en otras circunstancias, ascender de categoría pues calidad no le falta. Pero no pasa de imbécil. Eso sí: Sumo Pontífice de la imbecilidad ya que la imbecilidad es una religión.
Los adeptos a esta religión crecen numéricamente, pero no más que el crecimiento poblacional: la tasa de imbéciles permanece constante a lo largo de la historia. Esta ley sociológica, formulada ya hace tiempo (lamento no recordar al autor de la ley) se corrobora a poco que nos adentremos en la sociedad. Y no es necesario caer en la casuística: hágase un análisis del entorno en que nos movemos y se extrae el porcentaje (en torno a un 5%, si bien hay un 10% más en grave riesgo de verse arrastrado a la secta).
En el próximo artículo, daremos los rasgos sociopsicológicos del imbécil.

Notas para... (continuación -4)

7.- Vaya por delante que el otro día, al finalizar el artículo, hablábamos de líderes y comparábamos dos casos.
Ahora retomo el asunto del hijoputa. Vamos aclarando varias cosas: el hijoputa, es un individuo que busca provocar el sufrimiento; el hijo puta se hace en el grupo, no nace. Es, por tanto, una conducta aprendida. Ahora bien: ¿hay maestros para el aprendizaje del hijoputismo? ¿Se aprende “mirando” a otros hijoputas? ¿Es el resultado (no deseado necesariamente) de una estrategia personal en un contexto de grupo -en la interacción- del tipo de “a ver quién es más [hijoputa]?
El asunto no está claro. Ya mencioné lo que conocemos como “polarización de grupo”. Pero eso no nos lo explica todo: son demasiados los hijoputas que no interaccionan directamente con el grupo, sino que maquinan “en el laboratorio” tras la observación y estudio de hacia dónde pueden manejar el grupo.
Un ejemplo. Desde Alamut allá por el siglo XI al nihilismo (Glucksman dixit) el terrorismo es un ejemplo de la práctica del hijoputismo. Creo que nadie lo discutiría. El terrorista tiene el perfil del hijoputa. Y, con medalla, más aún el que empuja al terrorista, el que mueve los hilos. Ese es el que diseña la estrategia, capta al hijoputa que comete el crimen y evade siempre que puede el castigo al tener más fácil la coartada. El assesin es hijoputa pero con perfil de imbécil (moral: ya sé que dije que no hablaría de moral, pero aquí el matiz es necesario). Me interesa más el hijoputa de la medalla.
Es un individuo inteligente. Con una inteligencia fuera de lo común: seduce, induce, conduce... lo que ya –por el sufijo- nos pone en la pista de su personalidad de líder. Si no fuese porque reniego de la perspectiva genetista, diría que es un líder nato. Es un personaje que retoma, revisa o reinventa un motivo, una razón, para practicar el hijoputismo. Lo teoriza y elabora una estrategia en la que entra el sufrimiento de los otros, sean enemigos o sean amigos a quienes salvar. Describe una realidad en blanco y negro y exige la apuesta por uno de los dos colores a los miembros del que considera su grupo... y asigna el negro (del luto en el mundo occidental católico) al enemigo.
La pérdida del matiz es imputable exclusivamente al hijoputa mayor, al de la medalla. El que predica la cruzada, el que habla de “construir la nación”, el que señala al otro como enemigo... ¿Es necesario que afile el ejemplo?

Notas para... (continuación -3)

6.-Señalaba más arriba que el hijoputa no es necesariamente producto de la genética. Y no sólo porque su madre tenga el honor íntegro o lo alquile cuando le apetezca. No es por eso. No es un asunto de genética porque es un comportamiento básicamente “aprendido”. Por ello podríamos decir que el hijoputa no nace: se hace.
Y es que en el grupo se curte el hijoputa. Es ahí donde se perfila su personalidad. Ahí cura y supera sus complejos en la carrera por liderar el colectivo y arrastrarlo hacia su servicio. Sea la familia, la pandilla, el equipo, la tribu... para el hijoputa todos deben estar a su servicio y deben obedecer al líder que sabe donde está la meta y cómo alcanzarla.
Es el caso del hijoputa que busca “encarrilar” a su pareja hacia lo que cree que debe hacer... y cuando ésta se niega, entra la violencia. Ese es un caso particular de hijoputa.
Pero es también el caso del “enredador” que con dimes y diretes deshace un grupo para reorientar las preferencias del mismo hacia otro liderazgo, el suyo. Todos conocemos a alguien así.
Parece ser que la Psicología de grupo va encontrando explicación a conductas individuales generadas en el propio grupo en el proceso relacional. Ello nos puede ayudar a clarificar la construcción del hijoputa como tipo psicológico específico. Está el estudio tradicional (numerosos autores ya) de la “polarización de grupo”, que explica cómo unos por otros, el grupo toma decisiones drásticas con muy poco sentido común. A ese tipo de estudios hay que añadir los que describen y explican la personalidad del líder y su encaje en un grupo a su medida. Para ello están los análisis de la dinámica del grupo donde tanto si se atiende a la distibución de la información, como a la orientación de las simpatías y rechazos, se descubre una correlación de fuerzas en las que el líder tiene un papel fundamental.
Pero seguimos sin saber mucho sobre la construcción de la personalidad del hijoputa: un tipo particular de líder... pues no todos los líderes grupales han de ser hijoputas. Un ejemplo de que no todos los líderes son iguales, aunque tratemos de la misma tribu está en los casos de los cardenales Tarancón y Rouco Varela: ambos –en tiempos diferentes, es cierto- han ejercido el mismo cargo... y, sin embargo ¿diría usted que tienen el mismo comportamiento como líderes?

Notas para... (continuación)

5.- Acaso la conducta más notoria y destacable del hijoputa sea la de arrastrar a la gente detrás suyo para hacerla sufrir. Detengámonos un poco en este asunto.
El hijoputa presume de ver más allá del común de los mortales. Pero eso es también habitual de muchos individuos más que no podemos catalogar como hijoputas. Por ejemplo, los sabios y –ya no de manera genérica- muchos (insisto, no todos los) políticos, científicos, artistas, literatos... tienen una “visión más larga” que la mayoría pero no son por ello hijoputas.
Se requiere, además de esos ojos de largo enfoque capacidad de engañar. Lo que también es compartido, claro está, por muchos otros profesionales (pienso, por ejemplo, en los políticos, en los artistas, en los literatos y hasta en los científicos: es por eso que antes no los excluí del todo en la categoría de hijoputas). El hijoputa ve el futuro (no excluyo sin más, desde luego, a los futurólogos de todo tipo: alguno quedará fuera de la categoría, pero otros no), lo interpreta y reclama apoyo para hacerlo realidad.
Pero esto también es cualidad y mérito de muchos otros individuos que no por ello son hijoputas. Por ejemplo, hay políticos bienintencionados que describen ese futuro, reclaman apoyo para su logro... pero si no lo consiguen lo dejan y se van. Pero hay otros que reiteradamente consulta tras consulta no sacan ni 10.000 votos y ahí los tienen: reclamando subvención, cámara de televisión, manifestándose, quejándose de que no les entienden, de que se conculcan los derechos de las minorías, etc. En principio, con esto sólo no les podemos catalogar de hijoputas. Ese comportamiento es condición necesaria... pero no suficiente. Eso sí: tienen ya mucho avanzado.
También ve el futuro y engaña el general que debe ganar una batalla (o el tontolculo del emperador que ve una guerra y quiere ganar el futuro, confudiendo los términos y de paso atragantándose con galletitas o con pienso y cayéndose de la bicicleta) y sabe que no es posible con los medios, información y moral de la tropa de que dispone. Los arrastra a la muerte y por eso, casi (sólo casi) se le podría ya catalogar de hijoputa. Desde luego, hijoputa fue el oficial que ordenó la carga de la caballería ligera inglesa en la Guerra de Crimea. Pero no estoy tan seguro de que fuese un hijoputa quien ordenó el levantamiento del guetho de Varsovia. Es más, estoy seguro de que no era un hijoputa. Ni lo fueron los que se alzaron allí. Acaso sea –en este caso y otros similares- una contaminación frecuente en las Ciencias Sociales (o Humanas): la valoración. Hay hechos moralmente aceptable y otros no. No obstante procuraré obviar este asunto y enfrentarme a la tarea de dilucidar el comportamiento del hijoputa sin caer en trampas morales.
Desde luego, el visionario que reclama sacrificio a otros (llámese martirio o heroísmo) mientras él aguarda el momento de la victoria, casi se le podría llamar ya directamente hijoputa. Y, repito, no con el sentido que tiene el vocablo popular (porque a veces decimos de un amigo o al mismo amigo “vaya hijoputa que estás hecho...” ¿Lo dirían ustedes con ese sentido amigable de las cualidades de cualquier alucinado de Alá –u otro dios sanguinario- que reclama martirio para sacar adelante su causa?

Notas para una teoría del hijoputismo.

1.- El hijoputismo es un comportamiento social que debería estudiar la Psicología Social. Desgraciadamente aún nadie ha acometido –que yo sepa- el estudio de este caso particular del comportamiento
No parece que los teóricos del desviacionismo puedan afrontar con éxito el estudio del hijoputismo. Tampoco aquellos que aún se guían por enfoques clásicos como el de Psicología de las Masas. Mucho menos, la teoría clásica conductista: el hijoputa es un híbrido de la genética y del ambiente en que se mueve. Desde luego, no me parece que pueda avanzar mucho el psicoanálisis, aunque algo de luz sí puede dar: tal vez haya proyección y, desde luego, conflictos importantes entre el ego y el superego del hijoputa.
2.- Una teoría del hijoputismo debería dar cuenta (explicar y acaso predecir) el comportamiento (entiéndase, conducta y pensamiento) del hijoputa. Para ello es necesario, desde luego, acotar el ámbito conceptual en que nos vamos a mover. También será indispensable elaborar un modelo por acentuación de rasgos y que permita posteriormente clasificar, comparar e intervenir para subsanar las conductas del hijoputa.
3.- El término hijoputa es de uso corriente. Está en el vocabulario popular, pero debemos perfilarlo y dar una definición inequívoca para poder construir la teoría del hijoputismo. El problema ya es tradicional en las Ciencias Humanas: el vocabulario técnico se crea desde el vocabulario de la calle.
En este sentido se requiere una profundización en la etimología de la palabra para después depurarla de contenidos irrelevantes para su uso científico. Es el caso que el término viene de antiguo y siempre tuvo un uso peyorativo: es hijoputa no necesariamente el hijo de una prostituta o mujer de mala vida. Por eso no puede hacer nada el genetismo en este asunto. Fue el descrédito de la profesión de autoventa del cuerpo (más claramente: “el acceso carnal a”) cuando el varón quería y no quería usar de la mujer; es decir: ni sí ni no. Como el varón rechazaba el hijo que no podía reconocer con seguridad, pues llamaba puta a la madre y al hijo, por extensión, hijoputa. Recientemente se ha aclarado aún más el término al descartarse un vocablo alternativo nacido –seguramente- en el fervor democrático. El término era (es) el de bastardo: sólo se puede utilizar en el caso de que la puta madre lo sea de un hijo de rey. Entonces sí, se le debe llamar bastardo, un real bastardo. Pero si el hijo es de padre de sangre normal y madre puta, será un hijo de puta sin más.
Pero bien. No es este el caso que reclamo para su estudio en la Psicología Social. No. Se trata más bien de un tipo particular de humano que manifiesta conductas que se supondrían justificables en el hijo de una ramera y de padre de sangre normal. Que ¿cuáles serían esas conductas? Ahí está el problema: la definición de las conductas propias del hijoputa.
4.- No perdamos de vista que esto son notas para y por lo tanto no hay ánimo de exhaustividad en la relación. Pero es inevitable que las vayamos desgranando en próximos días. Eso sí: aquí no hay ánimo de ofender, sólo un puro deseo intelectual de clarificar una conducta que tiene enorme calado en las sociedades actuales.

Tontos muy tontos. ¡Y más de dos!

Las páginas de Política (nacional e internacional) de los periódicos pueden rayar a la altura de El Club de la Comedia. También –y no se puede negar- son permanentemente una crónica negra... donde ya no hay apenas nombres de víctimas, sólo de los asesinos.
Esta semana hemos visto, entre muchas fotografías a un tonto muy tonto peleando con un paraguas. Parecía a Forrest Gump... y ¡anda con un maletín nuclear!. También a un traspuesto diputado, auténtico representante de una nación (cultural, que no política... aún), saltarse el reglamento del Congreso de los Diputados, como corresponde a alguien que ejerce la democracia (¿sin normas puede haber democracia?) y se siente depositario de una verdad inmensa por el peso de la historia (perdón: de la Historia). La cara de señor importante que está haciendo historia (perdón: Historia) se cortó cuando le respondieron en la lengua que había utilizado para saltarse el reglamento. Lo pusieron en su sitio: seu senyoria Joan Tardá! y es que la vía “anarquizante” para conseguir objetivos políticos ¿ha conseguido algo alguna vez en algún sitio? No. Al menos nada positivo y sí mucho “sufrimiento socializado”. Hoy, los colegas anti... del BNG y del PNV reconocen que conseguirán algo vía negociación pero no irán así de frente.
Y con ello vengo a lo que ya es mi particular gastritis: un traductor sólo es poco empleo creado: los nacionalismos lingüísticos, ajenos al sentido común y lo práctico pero imbuidos de un destino histórico de origen divino, deben insistir en crear más empleo: así de pronto, por cada grupo parlamentario podríamos disponer de, al menos, traductores de: galego, bable, euskera, fabla aragonesa, catalá (del que habría que desagregar el aranés si de ahí proviniese algún diputá, y, desde luego el valenciá y aún el mallorquí. Pero no queda ahí: el leonés, el andalú, el guanche (silbo incluido) y alguna variedad dialectal más que se me escapa (bable sólo hay uno pero es trino: así de santo es) y que, por el principio de que debemos expresarnos en nuestra lengua materna (yo impongo la lengua en la que se me debe entender) es obligatorio usar en el parlamento de todos (que no de la “voluntad general” pues aquí sólo cabe la “pluralidad”, el “acomodo”, y la apelación a un pasado histórico... que es de miseria en todos los lados: de puta miseria.
En fin: 11 lenguas (dialecto o no, se ve que es una cuestión política y no puramente objetiva: véase valenciano o andalú): 11 traductores, 11 puestos de trabajo a cargo del contribuyente y altamente productivos.
En El Club de la Comedia te ríes. Aquí, además, te ciscas en los antepasados (rancios, seguro) de tanto representante del pueblo, pueblo... de la nación oprimida en una lengua minorizada que, como fue amamantado con ella, se le agrió el carácter. Y los tontos, además, se lo creen. Y les votan. Aquí, en Asturias, un partido con nombre de río cántabro, invita a que le votes para que “sientas tus raíces”. Joder: las raíces inmovilizan a uno. Eso lo sabe cualquier parvulito, que la diferencia entre los seres vivos está en que se puedan mover o no; y los que no se mueven son del reino vegetal. A ver si este reino empezó con Pelayo...

Republicanos con cruz

Toda actuación pública es un sistema de señales. En cuanto que se realiza “para comunicar algo” es ya un sistema de señales, es comunicación. A veces, las más de ellas, la comunicación es “muy directa”, sin “circunloquios”. Otras es más elaborada y sutil: se trata de que “se enteren” los que (y sólo los que) deben enterarse. Claro está que en la habilidad comunicativa de quien produce el mensaje está la calidad del mensaje. Y para sutilidades se necesita cierta capacidad. Capacidad para manejar las señales y evitar “torpezas comunicativas”, como equívocos, contradicciones o errores comunicativos.
Esto viene a cuento por las múltiples manifestaciones recientes de republicanismo, que yo llamaría, barato; de tienda de veinte duros. Es una pena porque el republicanismo es un nivel de raciocinio social que viene directo de la Ilustración. Y por eso no caben torpezas de patanes.
Bien está esa celebración para homenajear al oso que mató a Favila. Ingenioso y todo un mensaje. Tendría también su sentido, en ese contexto, hacer un brindis por los árabes que desaparecieron a Rodrigo en el Guadalete. Y otro por Napoleón que dejó en vergüenza a aquellos dos imbéciles de padre e hijo en Bayona. Y, desde luego, por todos aquellos plebeyos que supieron aportar su semilla a la mejora genética del linaje. A los postres, el último brindis, debería ser para todos aquellos que abogaron y abogan por la llegada pacífica de la República. Porque pacífica ha de ser, ya que la Monarquía está tan tinta en sangre.
Pero una confusión gruesa y de patán es envolverse en el momento de la celebración y en las manifestaciones en un trapo en el que destaca ampliamente una cruz de color amarillo. Aún más: llevarla como “chapa” en la solapa de la chaqueta o en la corbata (o en la montera picona, me da igual).
¿Es que no llegaron, cuando estudiaron Historia, al tema en el que se habla de la sagrada y perpetua unión del Trono y el Altar? ¿Es que por no ir a clase de Religión (o porque el profe santamente elegido les ponía vídeos en vez de hablar de simbología) no saben que la cruz tiene un determinado significado? ¿Y no saben que da igual una cruz “latina”, que “griega”, que “copta”, que “gamada”, de la "victoria", o “de san andrés” o de... que en todas está la religión, la sagrada unión del Trono y el Altar.
Pues si no saben eso, no merecen ser republicanos. Ni su reivindicación de la República es creíble. ¿Hay mucha diferencia entre un monarca y Lech Walesa mezclando a dios con la política?. Patanes, sólo eso.

Ciudadano

Otro término pervertido por el uso que hacen de él indocumentados o imbéciles de mala fe. El término nace y cobra su sentido en un contexto muy particular. No es, por otra parte, extensivo a ninguna otra situación a no ser violándolo.
Nace en la polis griega, donde ya ha desaparecido la organización tribal: condición número uno. En la tribu no hay ciudadanos, hay parientes y parentela. Eso supone un nivel civilizatorio de Estado: ese artefacto cultural que organiza la vida política de un colectivo de personas utilizando la coacción normativa y normalizada para mantener la supervivencia del grupo. Pero no es un Estado cualquiera, pues también lo había en Mesopotamia o en Egipto... y, sin embargo, no eran ciudadanos: eran súbditos. Se necesita ¡inexcusablemente! una segunda condición: que ese Estado salvaguarde (garantice) unos derechos políticos y civiles. Derechos que, parecen (sólo eso) otorgados por el Estado pero, en realidad, éste sólo es garante: son los propios individuos los que se otorgan esos derechos.
Así, sólo se es ciudadano de un marco jurídico-político con nivel de Estado; un Estado particular... como que debe partir del “demos”, para el “demos”, con el “demos”. Y, mientras no se den ambas condiciones no hay ciudadano.
Entonces ¿qué se es, si no?. Se es vecino, del poblado, del lugar. Esa es la condición que se consigue por establecerse en un territorio. No va a compañado de derechos (ni siquiera el de propiedad sobre el suelo que se pisa o habita). Pero la colectividad con la que se convive impone unas normas que, en el bien de todos, suponen derechos para todos: defensa mutua, garantía de disfrute de bienes existentes en el territorio de la “vecindad”, etc.
Se es “natural” de (o, lo que es lo mismo “de nación tal o cual”. No significa más que “haber nacido en”, lo que no da más derecho que el que el colectivo que rodea al individuo le quiere otorgar: el colectivo, no ninguna otra estructura jurídico-política (a no ser que se tenga por tal el reyezuelo, jefe o señor del lugar). Para conformar un derecho positivo en torno a ese fenómeno de “haber nacido en” se inventó el ius solis. Es un derecho previo a la civilización (aunque se mantenga retocado en ella). Ese derecho es el mismo que, en la Naturaleza, tiene el depredador sobre un territorio concreto: él y su prole. El término “de nación”, es equivalente a de nacionalidad que, modernamente, supone unos derechos que, en realidad, es el Estado (no la nación) quien los garantiza.
Se puede ser “súbdito de”. En este caso hay una estructura estatal, pero la existencia o no de derechos, su juricidad, no depende del Estado, sino de un otorgante que, graciosamente, concede a los individuos para tenerlos contentos, servirse de ellos, o lo que sea. Estamos hablando de Monarquías no parlamentarias, Dictaduras o Jefaturas de diverso tipo. Ahí no se es ciudadano... aunque haya sociedad que, evidentemente la hay.
Se puede ser “apátrida”, que también se dice “ciudadano del mundo”. Bueno... que se sepa, la ONU no es un Estado ni otorga derechos. De momento. Tampoco la UE (no se puede ser “ciudadano europeo”) aunque se acerca bastante: unos derechos iguales para todos... pero no hay un Estado: son los Estados miembros de la UE (con constitución europea o sin ella) los que otorgan y garantizan esos derechos.
Entonces ¿qué es eso de “ciudadano catalán, vasco, gallego.... Una perversión del lenguaje. Y una perversión intencionada. Algo así como la realidad y el deseo. Quiero, hago que es... y a ver qué sale. Una mentira más para la construcción de estaditos nacionales. Eso sí, cuando exista ese estadito, ya se tendrá el estatus de “ciudadano de....”.
Otra cosa es hasta donde podrá garantizar esos derechos que ahora se tienen como ciudadano español.
Y ¡qué cantidad de derechos!.

¿Qué queremos decir cuando decimos DIÁLOGO?

Las palabras sufren la erosión de los agentes abrasivos. Éstos son individuos malintencionados o indocumentados para usar el lenguaje en según qué contextos. A menudo poseen ambas cualidades.
Las palabras tienen significados que, a pesar de sus “bordes” difusos, mantienen un núcleo compartido por los hablantes. El problema es cuando desplazamos ese núcleo al borde y entonces lo difuso pasa a ser el significado central. Entonces, de difuso, pasa a confuso. Ocurre demasiado a menudo. Y en ello no tiene nada que ver la LOGSE. Ni siquiera el BUP. O, bueno, algo es posible que sí: al abandonar el latín y el griego y aplaudir la creatividad expresiva del adolescente que mantiene el mismo repertorio que cuando empezó la escuela, tenemos lo que buscamos.
Y sufrimos lo que tenemos. Periodistas por accidente, por enchufe, por palmito, por beca... por casualidad. Y políticos. Que, ríete de su oratoria. Ni Cicerón, ni Castelar. Ni los poetas.
En fin. A lo que íbamos. Diálogo. Dos que intercambian palabras. Sin embargo, hoy significa talante y, por tanto, una disposición a hablar. Lo que sea, el caso es hablar. Verborrea. Significa también que escuches lo que yo digo, porque yo sí tengo talante y, además digo lo correcto: verbigracia, el señor Ibarreche, que ofrece diálogo sin condiciones... salvo que se debe partir de su propuesta; y pide diálogo... para que se escuche y asienta su propuesta. Es discutible toda ella, cierto –lo asegura- pero es desde donde hay que partir. Eso sí que es diálogo. Quizás ha influido la historia frailuna que el PNV de cuando el diálogo era desde un púlpito alto y se sembraban verdades imperecederas, junto con amonestaciones al pueblo que siempre va a remolque... porque no sabe lo que tiene que querer.
Diálogo es lo que pide el señor Carod Rovira con su parlant s’entend la gent. No tiene en cuenta que el supuesto básico es que se ha de compartir código (incluido el genético en el modo de especie, al menos) y a la contraparte que defiende para dialogar aún hay mucho que decir sobre su taxonomía zoológica, pero igual no entran ni en homínidos. La duda está en que fabricar, claro que fabrican herramientas (de muerte) y poseen también un universo simbólico (el mito de la nación), pero ahí acaba todo: la capacidad craneana no va con el número de circunvoluciones cerebrales ni con las sinapsis necesarias para ser humanos.
Diálogo, en fin, se confunde con negociación. Y no son lo mismo. Éste presupone aquél, pero es otra cosa: es la disposición a ceder en cuanto el otro ceda o para que el otro ceda. La negociación presupone también inteligencia: el diálogo no necesariamente pues hasta el orate dialoga en cuanto que habla con un interlocutor aunque sean disparates. La negociación es habilidad en el intercambio e imaginación en la oferta para conseguir la meta.
Pero también el concepto de negociación se ha pervertido. ETA pide negociar. El gobierno también negociaría... su rendición. Pero hay un factor defintiivo: la estatura de los negociantes ha de ser equivalente. Y ETA se lo ha creído desde siempre: vanguardia del pueblo vasco y componente fundamental del MLV. ¡Hay que joderse con los argelinos estos! ¿Son los maquetos los pieds noirs de la Tierra Vasca (perdón, Euskalherría)? No. No tienen más talla que la del miserable, la del padrino de la mafia que vive de la extorsión. La finalidad del padrone también puede ser moralmente aceptable: mantener un statu quo de paternalismo social. Y eso se “dialoga” y “negocia” a tiros, claro está. Otros cogerán los beneficios. Y pedirán diálogo y, al final, perdón también.
No si el peso de la clerecía es aplastante. Que los reviente, como la cruz de Aránzazu que aplasta al cura en el inicio de El día de la Bestia. Una escena genial. ¡Adónde van a ir esos aficionados al cine de vísceras después de sus 800 balas! A la mierda tendrían que ir... después de pudrirse en la cárcel. ¿Diálogo? ...ya me sé el cuento.

Estamos sobre un polvorín...

La revelación de que cuatro desaprensivos pudieron asaltar un polvorín y llevarse decenas de kilos de explosivos deja a uno estupefacto. Un tontolculo necesitado de costo es capaz (de ahí lo de tontolculo) de tragarse el cuento que le relataron los marroquíes y, con chulería (lo que además de tontolculo, lo hace pelín hideputa) y “grandonismo” decir donde y cómo hacerse con el explosivo (por eso, además, tontoútil). ¡Increible!
Pero más lo es que no haya guardia ni reserva alguna en los polvorines. El explosivo se fabrica “por encargo” en una empresa burgalesa. Se supone que su transporte será “especializado” (aunque igual lo sirven por correo urgente y aparca la fugoneta delante del portal de casa). Pero... ¡nadie lo vigila cuando se almacena! Hay que joderse. Eso, desde luego, no lo sabía ETA que se iba a buscar el explosivo a Francia y asaltaba polvorines vigilados. ¿No va a haber alguna responsabilidad de empresarios, encargados de obra...? ¿No? Lo dicho: i-n-c-r-e-i-b-l-e.
Eso, en las minas. ¿Y en los múltiples lugares donde ahora mismo se está ejecutando ese “estado de obras permanente” que inició D. Paco? ¿Estará en las casetas metálicas al lado de las botas y equipos de agua de los trabajadores? No me extrañaría. Increible.
Eso sí, alguna ventaja tendría que tener: es tan fácil robar el explosivo que nadie tiene por qué preocuparse de borrar las huellas. Y eso facilitó la captura de... los más tontos de la cadena, porque los listos han alzado el vuelo. Algunos parece que han pasado por Villabona, donde contactaron por primera vez por el valentón que se ofreció a dar el explosivo para “una mina en el Atlas”. ¿Habrá ficha para seguirles la pista? Aunque, desde luego, la eficacia policial parece que es real. Increible.
Antes de empezar a recortar libertades –una de las primeras medidas “antiterroristas” en todo tiempo y lugar- habría que vigilar estrechamente los lugares foco de peligro para los atentados. Y exigir responsabilidad en ello. Y responsabilidades cuando no se es reponsabilidad. Increible.

El calentón pepero

La violada sociedad española dejó con las ganas al energúmeno que, con cara de cretino con bigote, venía abusando de ella varios años ya: desde que se sintió “tan hombre” cuando obtuvo la mayoría absoluta. Y lo hizo revolviéndose contra ese cenutrio que le mentía para seguir aprovechándose de su candidez.
Acoso y aún estrupro terminaron de forma abrupta, sin que se lo esperasen violador y adláteres. Y, claro, se “quedaron con las ganas”. Malos; muy malos son esos calentones. Ahora les asiste la necesidad de ducha fría para volver al estado normal. Y aunque deberían de estar acostumbrados a ello (una travesía del desierto de 13 años antes, con recalentones de repetición) los años de autoritarismo sobre la doncella les ha anulado el juicio y les ha aumentado el vicio.
Un ejemplo de esto es la berrea de los jóvenes peperos en la calle Génova. Gritos, como aquellos del 93 de “tongo, tongo” no se oyeron; ¡estaría bueno!: han convocado ellos las elecciones. Pero sí muchas tonterías acerca de la ilegitimidad de la victoria del PSOE.
Y un ejemplo de peor calaña aún (por quien lo firma y el volumen neuronal que se le supone) es la berrea de ¿La Razón? o del ABC, o El Mundo y, más aún, de ¿Libertad? Digital.com. El imbécil de la linterna se despacha a gusto: acaso lo de él no es la violación no consumada lo que le provoca el calentón, sino una piedra en el conducto que no le deja expulsar, tal es el furor que esgrime.
A lo que parece, el Apocalipsis en España (y en todo el mundo occidental) ha comenzado: un G. Albiac escribe el día 15 ya que Ganó Al Qaeda, adiós España. O el señor Zarzalejos que ya ve la instauración de la República Comunista en España.
No sé. Me parece que necesitarán bromuro además de ducha fría. Y que se confiesen y comulguen a ver si las bendiciones de la Iglesia hispana les ayuda a tranquilizarse. O, a lo peor, la Iglesia también se encuentra alterada y sus bendiciones no vienen directamente de dios. Así no pueden estar mucho tiempo, pobres: se les puede nublar el juicio en exceso. Aunque, bien pensado, ¡Que se les seque el seso: que se maten a pajas!

¿A qué llamamos “izquierda plural”?

Creo que como expiación por los excesos de quienes mezclaron comunismo con mesianismo y con fascismo (mezcla, no sustitución, porque algo había de todo), la izquierda asume un individualismo que ni es el “libertarismo” anarquizante, ni es el “humanismo” que algunos marxistas del XX propugnaron, verbigracia Gramsci.
No, no es el libertarismo aunque haya libertarios (de boquilla y con análisis poco rigurosos de su cacao mental) en esa izquierda de ritual de manifestódromos. Tampoco es la postura de quienes auspiciaban la emancipación individual al tiempo de la emancipación de clase. No. Es el confusionismo.
Un confusionismo que tampoco tiene raíces “clásicas”. El confusionismo nace por la asumpción acrítica de cualquier discurso “antisistema”. Es la regla de “los enemigos de mis enemigos son mis amigos”. Y eso no es la creación gramsciana del “bloque hegemónico”. ¡Qué va!. Es apuntarse a un bombardeo. A veces, por desgracia, apuntarse al bombardeo con tal de tocar poder. Tampoco pido el “purismo” de Pablo Iglesias. Y la UHP tampoco fue lo que se dice que fue. Es difícil el asunto. Pero merece que se tome en serio.
Todo discurso antisistema no es, per se, un discurso aceptable: no es lo mismo un análisis certero de la realidad que un análisis “arbitrista”. Eso supone que no vale cualquier cantamañanas para proponer la praxis. Y supone que hay que tener muy claro quién tengo al lado en la barricada: ni yo he de ser carne de cañón de otro, ni yo puedo hacer “bulto” para él. El camino es largo y los errores luego se pagan. Porque, aunque desde la izquierda apelamos continuamente a la memoria parece como si ésta a veces la perdiésemos también nosotros –no quiero creer que la “suspendamos” a drede.
La izquierda utópica (no la que pone la utopía como meta, sino la que vive en la “inopia” permanentemente y quiere el paraíso aquí y ahora) tiene una memoria selectiva o, quizás, no estudió suficiente Historia, o la leyó en fascículos y no acabó la colección. ¿A qué llama la izquierda “clásica” pueblo? ¿a la tribu? ¿a la clase asalariada? ¿son lo mismo? No jodamos las palabras.
Y esto tiene que ver con ese confusionismo: cualquier pelandrán “libera-pueblos” se reclama de izquierda porque
a) va contra el sistema;
b) es liberador-emancipador;
c) leyó el catecismo guevariano al revés y, además, no acabó de entender a Gunder Frank ni a Franz Fanon; le han convencido de que la identidad de un pueblo es su peculiaridad de “coros y danzas” además de la lengua anti-imperial.
d) es joven (de espíritu, al menos) y tiene que ser radical. No hace falta que pregunte a sus padres cómo lo pasaron, cómo lo vivieron, cómo actuaron y en qué circunstancias: él lo “interpreta” y basta.
Esto da lugar a eso que se llama “izquierda nacionalista”, una parte de la izquierda plural.
Hay otras izquierdas; pero están en esta, en la izquierda plural.
Continuará.

¿Qué votar? ¿A quién votar? (5)

Ya empezó la balacera. Bueno: ya había empezado mucho antes. ¡Para qué vamos a sujetarnos a la ley! ¿La diferencia sólo está en que se diga –o no- “vótame”? Valiente gilipollez. Lo cierto es que ningún ciudadano de a pie les puede denunciar por injurias, por estafa, por vulnerar el derecho a la información veraz, por fraude con dinero público...
Por ejemplo el Mari@net@ mirándome fijamente y diciendo eso de Avanzamos juntos. No necesito saber nada de su inclinación geométrica (triángulo y bisectriz, o circunferencia y centro) para cuidarme de que no me siga con los ojos. Situado en el “centroizquierda” del cartel, arroja esa mirada, que pretende ser seductora (¡joder!) pero que supone ya que yo estoy de acuerdo. Y eso no. No lo puedo demandar judicialmente por injuriarme de ese modo. Yo con él, y con lo que representa no voy a pañar billetes de 50. ¿Cómo iba a agacharme yo a recoger un billete si estos hideputas –no sólo él- te dan por el culo a la primera?
Pero también hay que tener huevos para dejarse fotografiar con cara de enemigo de Batman. Sí: el Jocker ese. Y es que ZP tiene al enemigo en casa. También es un cartel para denunciar. De acuerdo con el lema, pero ¿qué pinta ahí ZP? Concedo que él también se merezca otro gobierno, como yo y como tú que lees esto, pero ¿va a ser él el que lleve adelante ese otro gobierno?. No me jodas... Pero tampoco se le puede denunciar. ¿Alguien con corazón puede denunciar a Bambi por haberse quedado sin madre? Así que hay que aceptar el “chantaje emocional/electoral” por la cara.... de Jocker.
Y de los otros carteles, me quedo con la campaña de Chanel en las paradas del bus. ¡Ah! Y con la de Lise Charmel. Ya sé que son poco feministas, pero...
Sobre la denuncia por estafa estaría en que no cumplen lo que prometen (uno ya lo ha aceptado con resignación), y mienten cuando lo prometen “desinformándonos” sobre la realidad y lo que es posible cambiar de ella. Concedo que aquí también serían denunciables Chanel y Lise Charmel. Pero, coño, la realidad que afecta a la supervivencia es más seria que la del fraude papel/carne o ropita/etc. que muestran esas dos campañas publicitarias.
¿Y el dinero público? Cualquier asunto público se ofrece como campo para la campaña política. Con dinero de todos: lo de la Presidenta del Auxilio Social de Madrid -PASMAD- es un caso escandaloso, pero no va a la zaga cualquier otro de menor rango: desde la tri (y hasta cuatri) inauguración de una residencia de ancianos, a la primera (y única en mucho tiempo) piedra de tal o cual magna obra que va a cambiar la vida de las gentes del lugar. Eso sí: la carpita con la mesa, la empresa de catering, los pinchitos, el vino español, y el desplazamiento de una decena larga de cargos altos, bajos, cascos, rotos, gordos, delgados, etc. Y no señalo porque no tengo dedos para tantos.
Y es tanto lo que nos jugamos que, verdaderamente se lo toman como un juego. Aunque para ellos debería ser muy serio.
Ya sé que un consejo no pedido es pura petulancia, pero ¡No mires para ellos! Vota, luego, en conciencia. En la conciencia de que si siguen estos hideputas, nos limpian las neuronas.